Casa con vistas al infierno
2015 Chile Director: Pablo Larraín. Reparto: Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell. Género Drama Sala: Bonifaz. Filmoteca de Cantabria. Hasta el próximo domingo
Antes de acercarse a la figura de Neruda en un filme previsto para 2016, el cineasta de ‘No’ y ‘Post mortem’ dejó recientemente este retrato coral privado de infiernos silenciados y guiños morales. Una reflexión incómoda e incisiva de culpas compartidas e inocentes mentiras que componen un territorio moral inquieto. Pablo Larraín, al que poco a poco la pantalla española va desvelando, certifica la personalidad de su cine con esta incursión en un terreno espinoso entre las cargas de profundidad sociales y la complejidad psicológica.
‘El club’, de atmósfera compleja y trasfondo sucio, es objeto de rescate estos días por la Filmoteca de Cantabria. Su quinta cinta disecciona la convivencia marginal de un grupo de sacerdotes que buscan en su refugio la venda curativa para evitar hurgar en el pasado. Pero el cineasta chileno con inteligencia y lucidez, evitando el morbo, crea una asfixiante zona cero sobre la aparente zona de confort de tal modo que la seriedad, la pantanosa geografía intocable, es progresivamente desnudada y dinamitada. Comedia negra a veces inclasificable, entre la sorpresa, la provocación bien entendida y la capacidad natural para crear cierto asombro, el director se mueve con soltura donde muchos naufragan: esa narración desagradable pero atractiva, entre la conmoción, la mala leche, la violencia que se mastica, la dureza que se presupone pero que se instala como una úlcera en el corazón del filme. El siempre escabroso encubrimiento de la Iglesia a determinados crímenes fundamenta la desazón de esta jaula, una casa con vistas al dolor a la que Larraín invita a habitar consciente de que una vez dentro ya no habrá salida.
El cineasta, cáustico y ácido, traza un rizo de ocultamiento, de lo que subyace escondido, de lo invisible, de secretos y mentiras mayores a partir de un localismo sospechoso y de un mundo cerrado configurado por esa comunidad de curas en penumbra. El formato se asemeja a un filme de terror, la apariencia describe lo que podría ser una de esas sectas que invaden buen parte del subgénero diseñado para asustar al personal. Pero bajo ambas opciones estéticas Larraín, que ya recorrió otros infiernos ocultos de su país como la dictadura de Pinochet, va extrayendo la luz inquietante que ilumina las sombras más sinuosas y esquinadas. La semilla del diablo, la cara oculta de la normalidad y la rutina, el diálogo entre la locura y lo decadente, entre la náusea y la crueldad pululan en la intrahistoria de este grupo humano que ha encerrado en el armario el abuso y ha guardado la culpa en un cajón bajo llave. El filme negro, oscuro, arrincona al mal en su cotidiana familiaridad hasta que el silencio, el drama interior y el horror toman el mando.
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