Un día perfecto
España. 2015. 105 m. (12). Comedia. Director: Fernando León de Aranoa. Intérpretes: Tim Robbins, Benicio del Toro, Olga Kurylenko, Mélanie Thierry, Eldar Residovic, Sergi López. Salas: Cinesa y Peñacastillo
Se postula como un soplo de vida en un escenario de guerra. Su grandeza radica en su sencillez formal, en su rigor y coherencia ética y estética, en su falta de pretenciosidad. No hay un gesto de más ni un exceso. ‘Un día perfecto’ es una sutil forma de contar un mundo imperfecto.Tiene algo de fábula, de western de Hawks, de Azcona, de cuento con vacas, pozos con cadáveres, cuerdas con más muertos y muchas ganas de vida filtrándose como gotas de agua entre la desgarradura, el miedo, las traiciones y los silencios que matan.
Es una historia, ambientada en esos Balcanes que vivían los estertores bélicos y las primeras pulsiones de paz. Pero podría haber discurrido en cualquier otro escenario similar. Es un relato minado con cargas de profundidad en las que los diálogos dejan asomar las heridas, las cicatrices, las llagas y las amputaciones invisibles.
Fernando de Aranoa hace de su relato una ONG emocional, exenta de declaraciones rimbombantes, de ese cine mensaje-masaje que acaba por volverse indigesto. En su filme el dolor es contenido, la gravedad está sujeta por un humor que rezuma una filosofía sobre la vida, y lo político y moral se sitúa en esa glándula emocional que late a lo largo de la historia. Si no fuese por los ligeros baches de ritmo, ‘Un día perfecto’ sería una pequeña obra maestra, redonda y rotunda en su sencilla construcción de un lugar en el mundo.
El cineasta de ‘Familia’, su mejor filme, y ‘Barrio’, vuelve a centrar su mirada en una comunidad pequeña que le sirve de símbolo y metáfora. Y precisamente en esa ventana sus actores, todos excelentes, contribuyen a reinventar cada fragmento de vida y muerte, cada claroscuro cuando sus personajes se asoman a ese vacío interior y exterior que puede ser símbolo de vida y esperanza pero que también es ataúd y señal de muerte. El cineasta de ‘Los lunes al sol’ utiliza una anécdota, una situación absurda, reiterativa, burocráticamente enquistada, para desde el humor y el aliento vital desnudar el odio y revelar las únicas gotas que merecen seguir un rastro humano.
El humor se vuelve asidero, flotador, manual de supervivencia. El filme va de menos a más, aunque irregular. Sus fragmentos son más atractivos que el mosaico final. Su música resulta fallida y chirría en ocasiones ese clasicismo en colisión con el naturalismo natural ‘made in Aranoa’. Pero la sugerencia, el humanismo amable , que no blando, y la mirada afilada logran que se impongan las soluciones de guión a las cosas obvias, o que lo que Benicio del Toro diga o calle sea más importante que algunos atrevidos paseos visuales, inusuales en Araona. Pero sin ruido y pese a los desajustes el filme transpira una empatía que, como diría Pessoa, entraña más que extraña. Y en tiempos de sucedáneos e imposturas se agradece asomarse al pozo y decir que huele a mierda y que debe ser limpiado si queremos seguir bebiendo.