Mr. Holmes
Reino Unido. 2015. 104 m. (7). Drama. Director: Bill Condon. Intérpretes: Ian McKellen, Laura Linney, Hiroyuki Sanada, Frances de la Tour, Roger Allam. Cinesa
Hay abejas, muchas. Un pasado nebuloso, difuso. Y un futuro imperfecto, el umbral de la muerte. Y entre la apicultura y el paso del tiempo hay un actor. Ian McKellen. Inmenso, casi perfecto. ‘Mr Holmes’ es un perfil de supervivencia, un retrato sobre la pérdida de la memoria, el cruce entre orillas, las de la vida y la muerte, las de uno mismo y los demás, las de la ficción y la realidad y, sobre todo, un gesto de combate contra la decadencia, desde la dignidad más primaria y primitiva.
A Bill Condon, su director, le suceden tres cosas y entre ellas pierde a veces el sentido y casi la sensibilidad, aunque el filme siga siendo casi siempre un pequeño tratado sobre la insignificancia de las cosas, el azar y lo verdaderamente importante: la necesidad de contarnos historias. La primera es que el cineasta de ‘Kinsey’ se empeña en repetir la fórmula de su impecable ‘Dioses y monstruos’. El segundo factor es que está encantado de jugar con las ficciones solapadas, la materia prima de la novela que le sirve de base y la jalea real de contar con un protagonista asombroso. La tercera es precisamente que Ian McKellen es muchas, demasiadas veces, más autor que él a la hora de dotar de cierta personalidad a ‘Mr. Holmes’. Estamos en la campiña inglesa y eso son palabras mayores. Todo transparenta otro ritmo de vida. Un pulso en el que asoma la iniciación y la pérdida, el principio y el final, en un cortejo de círculos imposibles. Son precisamente esos encuentros entre el Holmes nonagenario, inteligente, pero ya desorientado, y el niño, en el que todo son despertares, la miel de esta historia que elude los elementos más duros, redentores, quizás amargos de la novela original de Mitch Cullin.
Para el cineasta también de ‘Crepúsculo’, sí, la de los mordiscos en los bosques, es todo una excusa para repetir el esquema de su retrato sobre James Whale, el padre de Frankenstein en el cine, también encarnado a la perfección por McKellen. A Condon le vuelve a traicionar cierto academicismo, aunque el paisaje, la fotografía y el rostro del actor componen un adagio sobre lo inevitable y la fugacidad que vale por todas las colmenas del cine adocenado.
‘Mr. Holmes’ se revela fallida cuando solapa el último misterio en la vida de Sherlock, su diluida imagen entre ser personaje de ficción y su aparición como persona real, y ese extrañamiento de la soledad que no acaba de desnudarse. Hay momentos emocionantes, una poética de la máscara que el actor embiste hasta borrar cualquier rastro de escuela y etiqueta. Es mirada y sombra. El resto, zumbido y distancia. Algunos flash backs son incómodos y no funcionan. Como ya sucediera en otras entregas del cineasta hay más elegancia que sutileza. La desmitificación, el envejecimiento y la culpa componen el aura en torno al inquilino de Baker Street. Lo entrañable vence a lo psicológico. Los conflictos se escapan por la melancolía.
Todo resulta excesivamente sencillo, ilustrativo. Lo solemne es esa avispa que amenaza con anular la sustancia vital de la historia. Uno espera el aguijón definitivo que transforme la lucidez en pasión. Es bonita pero no duele. Triunfa un último gesto del actor, definitivamente autor.