Una nueva amiga
Francia. 2014. Director: François Ozon Reparto: Romain Duris, Anaïs Demoustier, Raphaël Personnaz, Isild Le Besco, Aurore Clément, Jean-Claude Bolle-Reddat. Sala: Bonifaz. Filmoteca de Cantabria. Hasta el domingo.
Casi deslizándose el cineasta francés François Ozon sigue construyendo un relato sobre las relaciones de pareja, lo femenino en los nuevos modelos sociales y ciertos retratos sobre el deseo y la pasión. Prolífico, a veces en exceso, coherente pero irregular, su mirada es casi siempre sutil, subliminal, nunca temerosa y al menos interesante en la mayoría de sus incursiones sobre la condición humana.
La Filmoteca en su regreso de julio rescata uno de su recientes títulos, ‘Una nueva amiga’, que pasó desapercibido o mal estrenado. Este juego de malabares emocionales sobre relaciones secretas, deseos y convenciones resulta tan intenso como ridículo, tan arriesgado como extraño.
Dos mujeres –sin ellas el cine de Ozon no existiría– una muerte, un niño y un marido sirven al cineasta para abordar una trama entretenida, a veces pasada de rosca y otras que parece quedarse corta. Anais Demoustier y Romain Duris ayudan a dar solidez a la historia cuando el guión es endeble, o cuando el subrayado y el rizo se enredan con su mezcla de melodrama, travesura y humor. Del cine de Ozon destaca su serenidad y aquí pese al chirrido interior de su argumento vuelve a dar muestras de ella. Quizás no casan bien su supuesta ambición y pretensiones con un atrevimiento que a veces roza el patetismo. Tras un arranque seductor el filme se va desmayando en provocaciones facilonas, en un vacío fruto de esa pompa hinchada que resulta el entramado levantado por el director. La identidad sexual, la diferencia en general, constituyen su densidad ética, moral y humana, pero lo hace desde una indefinición perjudicial.
No hay suficiente parodia ni tampoco su labor de funambulismo entre el drama y lo frívolo encuentra su sitio. Lo que empieza siendo un catálogo delicado, mostrando en elipsis las aristas de una relación, acaba devorado por un juego contaminado. Basada en una novela de Ruth Rendell, no muy lejos de los equilibrios y chirridos de Pedro Almodóvar, la película del cineasta de la excelente ‘En la casa’ y de la inabarcable ‘Ocho mujeres’, pretende jugar con el espectador pero solo logra caer en una confusión que disipa el humo del ingenio. Aunque se agradece la mirada trasversal y psicológica sobre el travestismo, la impostura triunfa y el patetismo es una sombra amenazante. A pesar de todo, Ozon posee la caligrafía suficiente para dejar en la mirada trazos de un autor que indaga, disecciona y escudriña en territorios de libertad y ambigüedad. Como García Márquez «el corazón tiene más puertas que un hotel de putas».