Ahora o nunca
España. 2015. 86 m. (12). Comedia. Directora: María Ripoll. Intérpretes: Dani Rovira, María Valverde, Clara Lago, Alicia Rubio, Marcel Borràs, Jordi Sánchez.l. Salas: Cinesa y Peñacastillo.
Es una comedia de posibles, que se postula como tal antes de que la notemos. Y lo es de muy previsibles retazos, gestos y posturas de género. Chispa y mecanismos de defensa resabidillos no encajan con naturalidad ni solvencia. Se diría que todo está retransmitido, como si supiéramos que no estamos en tiempo real, que estamos necesitados de un intérprete, o que la comedia es un tiempo único que sucedió hace mucho y ahora nos la traen tarde y fuera de contexto. Es como ese chiste mal contado que narra de modo inoportuno el menos gracioso de la cuadrilla. Y todo pese a la excelente factura, unos actores entregados (Anna Gras es la revelación) entre la farsa costumbrista, el vodevil y el sainete de los tópicos europeístas y el toque cañí al fondo.
‘Ahora o nunca’ nació antes, descosida, desajustada. La química de la pareja Dani Rovira –que explota a su pesar el ‘made in ocho apellidos’ que le acompañará durante mucho tiempo– y la excelente María Valverde funciona en las distancias largas y en las cortas. Estamos como en muchas de las últimas cintas csaseras, y algunas foráneas, en una historia de boda que se sube al avión del enredo pero que no acaba de aterrizar con los pies por delante ni planear con transgresión y alocamiento. La cosa pedía perder el juicio, ese torbellino demente y surreal de los personajes solapados y las situaciones dándose codazos. A cambio, hay barullo y bullicio, más que ritmo y encanto. Entre la pirotecnia y el chillido y chirrido, la comedia que siempre necesita de un poso, de una serenidad para ir envolviendo y seduciendo, se diluye y el tópico y el ruido ensordecen las buenas maneras. Los rasgos de estilo, que los hay, y ese aire festivo que trata de cuajar, no acaba de contagiar.
María Ripoll, cineasta que debutó con ‘Lluvia en los zapatos’, incluso parece empeñada en mostrarnos su capacidad para crear el artefacto mientras a su vez descuida los tiempos de la comedia, el tono, ese sonido invisible que provoca la risa, las ganas de reír, y que aquí siempre aparece retardado, saboteado, preso, como si fuese la risa enlatada de una grabación televisiva. Comedia, quizás demasiado blanca y blanda, fabricada con muchas ganas de agradar a todos y de no incomodar, se beneficia y padece al tiempo el efecto Rovira. La boda con suspense funciona solo cuando es el macguffin de una trama romántica mayor. El resto está devorado por la histeria, por las urgencias populistas, por unas prisas extrañas por buscar una pista donde posar la comedia, casi desprendiéndose de ella. Triunfa el bodorrio simpático pero a la celebración fina no estamos invitados.