Lejos del mundanal ruido
Reino Unido. 2015. 119 m. (7). Drama. Director: Thomas Vinterberg. Intérpretes: Carey Mulligan, Matthias Schoenaerts, Michael Sheen, Tom Sturridge. Sala: Cinesa
Más academicista de lo esperado el lobo más contenido se ha comido en gran parte a la caperucita transgresora y desaforada que Thomas Vinterberg lleva supuestamente dentro. Con el sello BBC colgado del cuello el cineasta de ‘Celebración’ se adentra en el clásico de Thomas Hardy para lograr algún momento arrebatador fugaz y recrearse con artesano empeño en el molde de la película de época. Ese estado de sitio emocional, de tierra donde parece que el mundo se detiene es la isla cinematográfica que a veces se siente al contemplar esta incursión en el drama literario. No obstante, pese a la tentación del exceso, ‘Lejos del mundanal ruido’ es ante todo un festival de Carey Mulligan. Sus primeros planos son auténticas arias de una actriz que se apodera de la cámara para personificar el retrato de una mujer en un mundo de hombres.
El director de ‘Submarino’ y la excelente ‘La caza’ ratifica aquí su querencia por los ecosistemas cerrados, por los territorios acotados emocionalmente, opresivos, y consigue sus equilibrios más intensos cuando opone las limitaciones de sus personajes a un paisaje hermoso, pictórico, que recrea en ocasiones el mundo de John Constable. En este sentido el drama es irreprochable. Hay una apuesta estética intensa que envuelve la complejidad humana. Más discutible es si Vinterberg es capaz, más allá de la entraña del drama, encender la emoción de unos personajes que a su manera, desde lo primario a lo complejo, viven atormentados por sus limitaciones y dudas. Es en esos momentos de incertidumbre en los que el latido pasional es asumido por los actores, todos excelentes, y donde Mulligan en particular matiza con su contención y su mirada el tempo sutil de los sentimientos. Los actores y la atmósfera se unen cómplices para retratar los demonios de la carne y las sutiles estancias de lo deseado.
Es un filme esteticista y por tanto el peligro de la mera ilustración late constante como una amenaza de superficialidad. Una vez más esa lección de equilibrios entre lo dulce y lo temperamental, entre la fragilidad y la dureza se desnuda gracias a Mulligan que emerge para salvar el drama de su propia agonía. Más física pero más perezosa que la versión de los sesenta, con Julie Christie y Terence Stamp, la sobriedad refinada triunfa en ese campo minado de sensaciones intimistas donde el director del ‘dogma’ logra sus mejores aciertos. Hay oquedades en el guión, conjuntos vacíos, quizás falta de información, pero se suplen con escenas intensas en las que las miradas, las decisiones emocionales, los caballos de la pasión al galope huyen de las convenciones y ya no se detienen. No es un filme costumbrista ni es la lucha de clases lo importante, que también, sino ese pulso entre la imperfección de amar y el dolor de no ser amado. Ella, omnipresente, en una escena final que rubrica su talento, te deja clavado en la butaca con un simple interrogante y una mirada que hace tambalear nuestra condición.