Poltergeist
EE UU. 2015. 91 m. (12). Terror. Director: Gil Kenan. Intérpretes: Kennedi Clements, Sam Rockwell, Rosemarie DeWitt, Kyle Catlett, Jared Harris. Cinesa y Peñacastillo
Ya están aquíííí. Aunque en realidad nunca se fueron. De lo superfluo, y la mayor parte de las veces absurdo, que supone afrontar un remake, está el cine lleno de explícitos e insoportables ejercicios de ego, cuando no de oportunistas operaciones crematísticas para reavivar a la industria. En este caso la idea deslumbrante de Spielberg que inauguró su carrera paralela, no menos exitosa y en ocasiones genial, de productor, es retomada con alegría, frivolidad, ligereza y cierta despreocupación. Muchas veces el filme se limita a seguir paso a paso la historia y las soluciones visuales del referente madre de Tobe Hooper. Y cuando trata de despegarse de él apenas revela algún signo que permita removernos en la butaca.
Gil Kenan apuesta por el fenómeno global y estruja las sutilezas más delicadas del filme al que trata, supongo, de homenajear, para transformarlas en grandilocuencias de casa encantada, en cita supraparanormal. El fondo de armario de la niña está más habitado aquí que el camarote de los hermanos Marx y ya se sabe que con los angelitos negros no se juega. No faltan payasos inquietantes con sus risas de líderes políticos cuando les han pillado en medio de una jugarreta a escondidas; pelotitas capaces de hacer un túnel a Messi y una colección de sustos para llevarse a casa en el estuche de los spoilers. Con semejante bagaje al remake se le escapa la única idea que apunta y no se atreve del todo con ella: la sustitución de la televisión como caja tonta, metáfora visual y amenaza por los nuevos artefactos y dispositivos electrónicos bajo la fotografía de Aguirresarobe.
Nuestros nuevos fantasmas regresan como incómodos inquilinos y se dan un festín de electricidad sobrenatural y virtual a través de móviles, tablets y pantallas, incluso no podía falta el señor dron de cacería, GPS y espiritistas 2.0. Aunque es posible que este domingo Iker Jiménez esté invitado a analizar los fenómenos paranormales de las urnas, su presencia en esta vuelta de tuerca aportaría más credibilidad que algunas estúpidas situaciones que envuelven al icono de las manos sobre la pantalla y al armario empotrado en el más allá. La parte inteligente de la cosa reside en el acierto del reparto, con Sam Rockwell a la cabeza, al que su personaje de parado y padre de familia, marcado por la incomprensión, la fatalidad y la impotencia le convierten en el verdadero exponente de poltergeist masculino de nuestros días.
Lo demás es un continuo toma y daca de telequinesis, tópicos y latigazos inquietantes entre un niño listo, una niña con más poderes que Obama y una adolescente ante la que todo espectador acaba deseando que se la lleven los espíritus. Como paréntesis juguetón esta revisitación insustancial del cineasta de ‘Monster House’ puede pasar el corte pero apenas hay dos o tres ‘apariciones’ de talento y sorpresa. Sin riesgo, Kenan cubre el expediente X de su voluntariosa incursión de médium pero se olvida de esa energía amarga que convierte a lo desconocido en una dulce pesadilla. Hay chispazo en su fotocopia pero no da calambre.