Sweet home
España. 2015. 80 m. (16). Terror. Director: Rafa Martínez. Intérpretes: Ingrid García Jonsson, Bruno Sevilla, Oriol Tarrida, Eduardo Lloveras. Peñacastillo
Los inquilinos de este hábitat cinematográfico son vecinos conocidos. La agencia inmobiliaria podría llamarse ‘REC’ y la entrada, aunque sea de alquiler, da derecho a revisitar las habitaciones con deja vu a todo lujo. Luego llega el desahucio, sangriento por supuesto, incluso algo gore. El pastiche posee una innegable elegancia visual y Rafa Martínez, en otra de las operas primas que se han sumado estas últimas semanas a la cartelera, sabe lo que se trae entre manos. Pero lo resabiado y el escaso riesgo no propician una buena combinación.
La casa semiabandonada, la heroína accidental, el miedo exprimiendo cada intento agónico por sobrevivir constituyen los cimientos de este edificio sólido pero tan conocido que esa afición por el espacio cerrado se vuelve en su contra. Al director, que estrenó su trayectoria en el cortometraje, caso de ‘Halloween Before Christmas’, no se le puede negar la fuerza visual para mantener la atención pero apenas hay señales lúcidas y personales en la periferia o en la entraña de tanto oficio y tanto tópico. Martínez ya había realizado el trailer de ‘Génesis’, una de las entregas de Balagueró y Paco Plaza, y quizás anticipaba el trazo, la capacidad de síntesis y la atmósfera claustrofóbica como elementos del ecosistema de género. Entre el toque Michael Myers y ‘La habitación del pánico’ instala Martínez su andamiaje que no es poco. Sin embargo el trasfondo social , esa ecuación personas mayores, desahucio y soledad queda desaprovechada. ‘Sweet home’, con diseño de producción muy cuidado y aires de vocación internacional, no engaña a nadie. Situaciones límite, suspense y, por supuesto, esos finales solapados, sucesivos, que han marcado el diálogo entre el género y el espectador.
Los más de 50.000 desahucios que se registran cada año en este país sirven de contexto simbólico a las sombras de esta historia, con sangre al fondo, pero la tradición negra (sea la del humor, sea la de cierto costumbrismo español, como la que alentó Alex de la Iglesia en ‘La comunidad’) apenas asoma en un filme más preocupado por la apariencia, por mantener un envoltorio brillante que por asumir riesgos innecesarios. Ingrid García Johnsson defiende con garra su papel aunque serán inevitables las comparaciones con Manuela Velasco. Pero la sensación dominante es que las cosas que se suceden, el vértigo social de la crisis, son una mera excusa, una decoración para dejar sobre la pantalla una demostración de técnica y de eficacia a la hora de tomarle el pulso a la acción. Si los peldaños son previsibles y los inquilinos demasiado conocidos esta escalera solo proporciona un frío hola y adiós tan convencionales como consumistas.
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