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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Más allá de Orión

Blade runner
EE UU. 1982. 123 m. (12). Ciencia-Ficción. Director: Abel Ferrara. Intérpretes: Harrison Ford, Rutger Hauer, Sean Young, Daryl Hannah. Salas: Peñacastillo. (V.O.)

Es una obra desbordada por su propio imaginario. En ella caben desde el hallazgo formal más deslumbrante a la pretenciosidad  más apabullante. Su iconografía, en este sentido, ha ahogado en muchas ocasiones su ejercicio estético. Es un filme de excesos medidos, de una planificación que busca de forma permanente un plano oblicuo, demasiado subrayado y no siempre bien encajado. La revisión de un clásico moderno, y ‘Blade runner’ lo es, está siempre justificada. Más allá de Orión y de la taquilla –y no es preciso acudir a argumentos estúpidamente comerciales como vender un ‘montaje final del montaje final’ del director digno de los Hermanos Marx– es un criterio que debería ser casi norma en la salas para acercar títulos esenciales a las nuevas generaciones.

Ridley Scott que firmó una ópera prima excelente, ‘Los duelistas’, no demasiado conocida, y que acaparó las miradas con la magistral ‘Alien’, dirigió en 1982 esta distopía amparada en la novela de Phillip K. Dick, en la que diseñó con personalidad visual de cine clásico y recargados guiños de estética publicitaria un retrato futurista de megalópolis, metáfora y trasfondo noir. Cuando el filme discurre en las calles la claustrofobia, la oscuridad como elemento narrativo, la opresión del discurso onírico, futurista e inclusos visionario (con todos los guiños a ‘Metrópolis’ posibles) toda la confusa marejada urbana con su latido interior gana en intensidad y atrapa en una tela de araña tenebrosa. En algunos interiores, por contra, ‘Blade runner’ se torna a veces pedante, presa de un formato y del propio mensaje casi subrayado hasta la saciedad antes de que nos llegue la propia expresión visual y emocional. Pero reencontrada ahora para unos, descubierta por otros, no puede ponerse en duda su influencia, su referencia de culto y su poética embargada en ocasiones por un exceso barroco de etiquetas en torno a la condición humana.

Triunfa el diseño, la envoltura sobre la narración pero es innegable esa mirada hipnótica, ese sentido trágico de fondo que nunca llega a desgarrar pero que se enuncia como una poderosa sombra. Hay equilibrios sobrios asombrosos entre la fragilidad de Sean Young, lo primario y  salvaje de Daryl Hannah y la extrañeza que transmiten muchas criaturas secundarias  y Ford y Hauer logran una química perfecta de opuestos y complementarios. Entre la melancolía y la reflexión, se cuela a voces una sensación de asistir a un onírico agujero negro como un viaje interminable.  Eliminada la narración en off, suprimido el final impuesto por la Warner, lo cierto es que el reeestreno del reestreno no deja de ser una excelente excusa para bucear en este conglomerado sugerente y debatir cerca de la Puerta de Tannhäuser sobre el presente y el futuro, soñando con ovejas eléctricas.

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Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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