Perdiendo el norte
España. 2015. 102 m. Policiaca. Director: Nacho G. Velilla. Intérpretes: Yon González, Julián López, Blanca Suárez, Miki Esparbé, José Sacristán, Úrsula Corberó, Malena Alterio, Javier Cámara, Carmen Machi, Younes Bachir, Arturo Valls. Salas: Cinesa y Peñacastillo
Podría funcionar como un episodio de cualquier serie con pretensiones de comedia realista. Entre tópicos (no se guarda ninguno) y bien ajustado el protagonismo para que cada actor/personaje tenga su momento, este retrato coral de la crisis es tan elemental como vulgar.
El retrato de dos jóvenes sobradamente preparados convertidos en ‘españoles por el mundo’ ni llega a la categoría de sátira ni va más allá del elemental perfil guasón y chistoso. Nacho García Velilla tiene las ideas claras y no se complica la función. Costumbrismo sostenido por muchos lugares comunes, amparado en la complicidad de las frases hechas, en diálogos primarios que no resisten un examen de excelencia de ingenio. Se trata tan solo de ser muy práctico. En ‘Perdiendo el Norte’ se busca tan solo la chispa del instante ocurrente y recurrente y en algunas situaciones solo faltan las risas enlatadas de fondo.
El director de ‘Que se mueran los feos’ se queda en la superficie y este viaje al Berlín de Merkel, entre la comunidad turca y el retrato robot de los alemanes, simplemente parece un esqueje de ‘Aída’. No hay hechizo ni solidez de comedia clásica, salvo el esquema del enredo romántico.
El resto es una constante sucesión de landismo actualizado, una especie de ‘Vente a Alemania, Pepe’ pasado por el humor rancio y sujeto al formato de la pequeña pantalla. Sin riesgo y con el equipo de guionistas de cabecera en series como ‘7 vidas’, el cineasta de la estimable ‘Fuera de carta’ se desentiende de la letra pequeña, de la ironía y del doble sentido y se lanza con red en busca de la risa fácil.
El vodevil solo gana cuerpo en impulsos proporcionados por la inspiración de algunos actores pero no en la consistencia de una historia, o en el andamiaje que toda comedia debe construir, sino en un trasunto de monólogos que otorga protagonismo a cada intérprete. Julián López y Miki Esparbé, en este sentido, se llevan de calle las risas del espectador, mientras que las apariciones de José Sacristán aportan serenidad y dan cierto peso a la amargura social. Lo demás es oficio, mucha labia pero todo exento de refinamiento. Se echa de menos la acidez, ese humor directo a la yugular. Pero el ecosistema televisivo de serie se limita a reproducir de modo conservador el momento guasón, el chiste oportuno y la trama adelgazada. Del minijob a la dureza del idioma no falta nada, pero se pasa por encima de todo a la espera de la risa floja. El músculo coral hace el resto del esfuerzo y los actores se entregan.
.