Cuentos de tokio
1953 139 min. Japón Director: Yasujiro Ozu. Guión: Yasujiro Ozu & Kôgo Noda
Reparto:Chishu Ryu, Chiyeko Higashiyama, Setsuko Hara, So Yamamura, Haruko Sugimura. Drama. Sala: Náutica. Filmoteca Universitaria. Jueves 12 de marzo, a las 20 horas.
Nostalgia y depuración. Melancolía y belleza. Sencillez y complejidad. El cine de Ozu merece y propicia tantas interpretaciones como ensayos y reflexiones. Pero ante todo es la vida. Una de sus muchas obras maestras, quizás la más popular y significativa, ‘Cuentos de Tokio’, cierra hoy el ciclo que la Filmoteca Universitaria ha dedicado con acierto al cine japonés a través de una serie de obras clave que sintetizan su influencia y su contrastada posición iconográfica respecto a Occidente.
La planificación, la hermosa puesta en escena, su sutil discurso impregnan la obra de Ozu de un seductor encanto a la hora de abordar el desmoronamiento, el choque y la supervivencia de una serie de tradiciones y formas de vida. Recientemente ‘Una familia de Tokio’ del veterano Yôji Yamada abordaba una relectura de la emblemática pieza clásica de Ozu. Entre 1949 y 1953, dirigió tres películas protagonizadas por una joven llamado Noriko, todas ellas interpretadas por Setsuko Hara. Tres muchachas diferentes vertebran ‘Primavera tardía’ (ya vista en el ciclo), ‘Principios de verano’ y ‘Cuentos de Tokio’.
Antonio Santos, coordinador de esta cita, en sus profundas y constante exégesis del cine de Ozu, ha defendido la variedad formal y temática de su cine frente a la etiqueta familiar que le persigue. Esa «celebración continua de lo cotidiano» es el diapasón de ‘Cuentos de Tokio’, de su intrínseca caligrafía, pulso y ritmo. «Creó un estilo que empieza y termina en sí mismo. En modo alguno puede ser considerado paradigma de cine japonés: llegado el caso, sólo lo sería de sí mismo. Se ha podido imitar y homenajear con mayor o menor fortuna su forma de hacer cine; pero nadie ha vuelto a hacer nada parecido», ha subrayado Santos en ocasiones. La fugacidad del tiempo, el pensamiento que está adscrito a cada imagen más allá del cuidado formal son elementos que sostienen su arquitectura cinematográfica. La colisión generacional, el vértigo entre la decadencia, tras la segunda guerra mundial, y la memoria, mayores y jóvenes, las tradiciones ancestrales y el progreso dialogan y se oponen en el filme de Ozu con delicada eficacia.
Con exquisita sensibilidad el cineasta disecciona esos enfrentamientos culturales, las pérdidas y las innovaciones, lo próximo y lo trascendente. El punto de fuga, los decorados de cuatro paredes y la renuncia a movimientos de cámara subrayados son inherentes a una mirada inmensa que abarca el detalle, sugiere la atmósfera y hace del encuadre un lugar en el mundo. A la hondura reflexiva humanista suma el peso del legado histórico, el fracaso y la decepción y una tensión temporal, atemperada por una poética casi constante. En Ozu siempre se respira una especie de liturgia lúcida que universaliza lo local.