El corredor del laberinto
EE UU. 2014. 110 m. (12). Ciencia-Ficción. Director: Wes Ball. Intérpretes: Dylan O’Brien, Kaya Scodelario, Will Poulter, Thomas Brodie-Sangster. Salas: Cinesa y Peñacastillo
Hay más idea que frutos. Y alguien detrás más preocupado en subrayar que habrá una segunda entrega que en contar la primera. Entre la fábula de supervivencia y la aventura distópica, este relato de adolescentes varados en su confusión posee una atractiva premisa que especula sobre la sociedad perfecta y la convivencia. ‘El corredor del laberinto’, que era propensa a la claustrofobia y que juega con la tensión sin exprimir del todo ambos parámetros, posee en sus entrañas una mezcla de El señor de las moscas y ‘Los juegos del hambre’. El problema es que pese a las interpretaciones nada desdeñables y una puesta en escena atractiva a la que tampoco se le saca todo el partido, esta historia de huida hacia adelante no profundiza en la fábula y en la metáfora futurista, ni es capaz de consolidar uno de esos pantagruélicos juegos de rol sobre la identidad y la condición humana. Más allá del grado de entretenimiento, ‘El corredor del laberinto’ tiene todas las trazas de que se quedará en un documento hábil y funcional para seminarios de recursos humanos y ejercicios visuales en cursos de psicología. La osadía, la capacidad de iniciativa, el liderazgo, la solidez del grupo, la autocompasión, la toma de decisiones conforman un entramado de colectivo en riesgo, ideal para análisis de grupos humanos.
Pero la ficción solo se desnuda como un largo preludio para anunciar que habrá una segunda entrega y, por supuesto, para entonar el canto de la nueva y taquillera franquicia. Wes Ball, hasta ahora ligado a la animación y los efectos visuales, se contiene en su caligrafía a la hora de adaptar la exitosa trilogía de James Dashner. Atendiendo más al experimento, ‘Cube’, que a lo sensorial, ‘Perdidos’, del laberinto al 30, el cineasta no puede evitar en ningún momento la sensación de dèja vu. La arquitectura fundacional que expide el relato nunca logra envolver la alquimia de intriga, emoción y elogio de lo diferente. Casi todo resulta convencional y catalogado por los antecedentes del género de moda: la utopía negativa. La dirección artística no saca provecho del laberinto y el simbolismo de orden, civilización, nueva sociedad y rebeldía se resiente. Más amnesia que corazón, más proyección que latido.