No se aceptan devoluciones
México. 2013. 115 m. (TP). Comedia. Director: Eugenio Derbez. Intérpretes: Eugenio Derbez, Loreto Peralta, Jessica Lindsey, Daniel Raymont. Sala Cinesa.
Recorre todos los tramos más vomitivos de una impostada comedia familiar: falsa, superficial, amparada en una moralidad fundamentada en la apariencia, y vulgar, zafia y con muchas prótesis emocionales. La película apela al cariño pero no merece ni una caricia. ‘No se aceptan devoluciones’, convertida en un fenómeno taquillero mexicano tan interiorizado en su bandera como la ranchera, el picante y el terremoto, ha logrado ya la etiqueta de cinta latina más taquillera de Estados Unidos. Que todo posea un aire a lo Cantinflas rebautizado, con maquillaje de comedia familiar made in Hollywood, no es bueno ni malo en su esencia pero el filme se regodea en su manida propuesta, se justifica emocionalmente en sus referentes y ejercita el músculo de la superficialidad con sus coartadas más facilonas y su humor de posado. El humorista, actor y ahora director Eugenio Derbez, deja que el argumento del ligón y seductor hipotecado repentinamente por la aparición de un bebé a su cargo, discurra entre lo familiar con todas sus trampas, el trampantojo de un cierto humor crítico muy facilón y el intercambio de cromos repes tuneados como originales. El filme, de metraje tan estirado como exprimido y manipulado, es uno de esos juguetes donde parecen haberse divertido más sus creadores que sus destinatarios potenciales. Con libro de instrucciones ya sabido y todo el catálogo de sentimentalismo y guiños cómplices expuesto hasta el sensacionalismo más rancio, no cabe más medida visual que la que uno como espectador pueda aceptar, antes de las devoluciones, ante el trabajo de la pareja protagonista: Derbez y la niña Loreto Peralta. El universo de la paternidad, de ‘Kramer contra Kramer’ a la maravillosa ‘Luna de papel’, es un vínculo adherido a la piel del cine pero solo enunciado en este viaje a Los Ángeles que revela toda su obscena simpleza. Lecciones sobre los golpes de la vida, entre un Disney cantinflero y un Benigni de guacamole, el filme se convierte en sí mismo en un cameo, apela a chistes y guiños de comedia televisiva. El ácido despunte inicial, el descaro de su punto de partida, los simulados giros a lo comedia gamberra, y la diversión ocasional, no son sino salsas picantes para decorar y acomodar lo que será un petardo amarillista de emociones prefabricadas que instalan el relato en una boba y simplista sucesión de tópicos. Más cursi y amanerada que naturalista, su salto lacrimógeno al vacío es tan solo esa caja de bombones que en lugar de sabor incluye como envoltorio un simpático manual de autoayuda. Todo por la taquilla.