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Álvaro Machín

El Paseante

Ayer, domingo…

No apetecía. Ni el día ni la hora ni el cielo… Fue, el de este domingo, un paseo con todo en contra. Sin embargo, mi mañana resultó ser como aquellas noches de ‘Una y pa casa’. Las mejores de la historia.

Empezó con pereza para entrar en la ducha. El pijama, cuando hace frío y suena el suicidio de las gotas en el cristal, es un catarro que cuesta quitar. Se pega, se adhiere como el ‘Supergén’ (¿aún existe?). El estímulo fue ese café con olor a Santander que ponen en el Suizo. Hecho. El resto fue pasear, un ejercicio desvirtuado en estos tiempos. Porque ya no es lo que era. El paseo fue un fin en sí mismo para generaciones de descendientes de Pereda. Si uno va solo, es andar y mirar, levantar la cabeza y mover las piernas al tiempo. Nada que ver con el paseo familiar, lento y crítico, en el que se pone pingando a media ciudad. Ese, muy de aquí, de sábado por la tarde a partir de los cuarenta, no pasa de moda. Pero ahora hay demasiadas distracciones. Demasiadas prisas y ese sentido práctico y asqueroso de la vida (‘ir andando a ninguna parte’), amén de la pantalla del teléfono (o del aparato de turno).

Porque si uno levanta la cabeza, mira y, lo que es mejor, ve. Así que me dio por fotografiar lo que ví y pensar un poco en ello…

 

Foto 1. Otoño en la ciudad

 

Hojas caídas de un árbol en la Plaza de Pombo

Hojas caídas de un árbol en la Plaza de Pombo. Del domingo por la mañana

Soy fan del otoño. Entregado. Ya sé que en nuestro ADN va implícito quejarse del calor y del frío y maldecir los días de lluvia (me acabó de acordar que una vez escribí que la misión de un buen santanderino es convencer a un turista de que hace unos días hizo muy bueno). Pero es que vivimos en una ciudad de agua. Y que, con agua, muestra una cara brillante. Me dio por mirar árboles por el centro. En Pombo, aquí mismo, encontré uno con hojas de tres colores. Marrones, verdes y rojas. Un espectáculo (búscalo y me cuentas). Como el tono dorado al borde de los Jardines de Pereda, junto a la carretera. Puedes llamarme cursi y hortera por hablar de los colorines, las ramas y los paisajes bucólicos de gotas de agua… Pero prefiero eso que repetir todo el tiempo lo jodido que está todo y regoderme en un catálogo de problemas. Fue un respiro. Y ahora nos hacen mucha falta.

 

Foto 2. Recuerdo infantil

 

Buzones de Correos

Buzón de Correos. Con esa boca...

Fue tal vez empezar por ponerme ñoño lo que precedió a ese puntito nostálgico que te hace sonreír por dentro. Llovía y me metí, como siempre hemos hecho, en los bajos de Correos. Cuántas horas habré pasado yo sentado en estas escaleras que parecen pulidas por el desgaste… Esperando al autobús o al momento oportuno de darle un beso a la novieta de turno. Ahí sentado. Pero no fue ese el recuerdo. Miré arriba y ví los buzones con cabeza de león. Un clásico. Ahí vino. Por un instante volví a ser el niño de seis años que se moría de la curiosidad y del miedo por meter la mano en aquella boca con un abismo detrás. Todo crío de esta ciudad lo ha sentido… Todos hemos fantaseado con la trastienda de ese buzón. Todos quitamos la mano rápido, por si acaso. Porque las ciudades, ésta y todas, están llenas de pequeñas curiosidades que uno se cree que son únicas, personales, pero que, en el fondo, son un poco de todos.

 

Foto 3. La reflexión

 

Botella sobre el banco

Botella de 'Kalimotxo' mojada sobre un banco del Paseo Marítimo

Ya acabo, que esto se alarga (y dicen los que saben, que en Internet debes ser breve). Un domingo por la mañana es la consecuencia de un sábado por la noche. Ahí estaba la botella. Sobre el banco y frente al mar. En lo que pensé entonces fue en demagogia. Empecé por el botellón y acabé por las chicas muertas en la fiesta de Madrid. En la cantidad de tonterías que se han dicho y que se dicen. En que en esa trágica noche sucedió un accidente y muchas cosas que se hicieron mal (y que hay que investigar y juzgar hasta depurar todas las responsabilidades). Porque aquello fue una vergüenza. Pero la culpa no es de la música (aunque mí el fenómeno DJ no me diga nada), ni del ocio de los jóvenes, ni de salir a divertirse por la noche… Y las soluciones no pasan por prohibir las fiestas (es como si se hubiera prohibido el fútbol tras la catástrofe de Heysel) como tampoco pasan por la cantidad de frases que se dicen en estos casos sólo para quedar bien. De esas que son mucho más horribles que el silencio.

 

La adolescencia de muchos tertulianos debió ser un coñazo perfecto. Eso es lo último que pensé antes de sentarme a comer un cocido

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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