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Álvaro Machín

El Paseante

Enero

Soy un comprador impulsivo. No porque lo haga con frecuencia, sino por el concepto de impulso. No sé mirar, ni probarme, ni comparar… No sé y no me gusta. De hecho, desconozco mi talla de pantalón o de camisa. Más aún, nunca encuentro lo que busco si, precisamente, me pongo a buscarlo. Lo mío es más de un golpe visual cuando menos me lo espero. La prenda viene a mí más que yo a ella. Pero cada vez viene menos. Lo digo porque en estas rebajas descubro tiendas con más frenesí que el Pachá de Ibiza. La música es atronadora y delirante y da la impresión de que las dependientas van a preguntarte en cualquier momento si quieres la ropa con hielo o en vaso de tubo. Pobres dependientas, con ocho horas de Lady Gaga a todo volumen. La estética es tan estresante que junto a las camisas parece que puedes encontrarte a un forzudo sacando abdominales en un banco de ejercicios. Como en un gimnasio.

Entre tanto, a mi acompañante le empuja un encargado para colgar dos camisas en una tienda del centro. Empuja y parece molestarle que quiera comprar algo. La tienda está llena, pero él, lejos de sonreír, observa a los compradores con desprecio. El chico parece saberlo todo sobre el nuevo comercio, pero me cuentan que tiene poco más de veinte años. Se come a los que entran a su negocio con chaqueta de marca. Todo les sienta ideal y todo les vale. Pero ni mira a la cara a quién no considera. Gran error, amigo. Y más en Santander…

En otra tienda, andan etiquetando. Han mezclado precios rebajados con otros que no lo son. Eso pasa mucho. Te pillas la camiseta de quince y en la caja pagas 25. Y te da corte decir que ese no era el precio porque en esta ciudad nuestra suena a pobre andar racaneando. Se lo advertí a la chica y me encontré con una sonrisa amable y un gracias por la advertencia. También lo hay. No como en otro lugar, dónde se limitan a decirte sin levantar la cabeza que es que ‘en el ordenador pone que vale eso…’. Lo de pedir perdón o arreglar el malentendido no lo hace el ordenador. Ella tampoco.

Entre tanta música atronadora y encargado que da buen ejemplo, decido darme un capricho antes de acabar el día en la fila once de una sala de cine. El capricho es para el estómago en forma de comida rápida. Pero ni es tan rápida ni mi estómago se alegra en exceso. Yo también he tenido problemas con la grasa de mi pelo. Pero decidí cambiar de champú y no mostrárselo en exceso al mundo. Y eso que yo no era la encargada de un establecimiento de hostelería…

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Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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