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Álvaro Machín

El Paseante

La bata de Fermín

En la tienda de Fermín, que se ponía bata azul, aprendí de memoria aquello de ‘uns pican e outros non’ cuando me mandaban a comprar el pan. Luego iba donde el padre de Reyes a por el periódico mordiendo el cuscurro (que, para mí, era currusco) y, si sobraba algo para sisar, me pasaba por el patio de la Carbonería para llenar el bolsillo de azúcar y la boca de hielo (benditos flashes de cola). La modernidad se cargó el ultramarinos, el quiosco y el puesto de chuches. Ya no existen. Y todo esto, más allá de ese espíritu ñoño con el que escribo casi siempre, me viene a la mente por lo que pienso que es el enésimo efecto de nuestro tiempo.

Yo también estoy harto de artículos sobre la crisis, pero es que, leyendo lo del cierre de ‘Jota’ (‘J’), no me resisto a contar otra de sus consecuencias. Porque esta lacra que nos han impuesto se está llevando por delante hasta la personalidad de las ciudades. Primero murieron los barrios y dejamos de saber el nombre del tipo al que comprábamos las naranjas y de contarle un ligue al que te servía el café. Pero, ahora, el centro ya no es nuestro y la ciudad deja de parecerse a una casa hecha a medida y reconocible.

 

Queda muy moderno lo de las siglas conocidas en todo el mundo para comer hamburguesas o comprarse zapatillas. Pero pasa factura. Los locales rancios, los que hacen que las ciudades sean diferentes unas de otras sin contar las catedrales, están muriendo. Los ‘comerciantes’ vienen enlatados y pierden ese punto de gremio. Unos cierran y los que ocupan su sitio son multinacionales de cartón piedra y color adictivo. Que sí, que están bien y esto no va contra ellos, pero son especies invasoras que se cargan lo autóctono, como le pasó al cangrejo de río. Por no hablar de bancos, antes a la caza de locales privilegiados y ahora sobrados de espacio.

Que sí, que ya sé que a veces los comercios de toda la vida no lo han hecho bien… Pero vuelvo a decir que no va de eso. Que va de que las ciudades no sean fotocopias y de que uno pueda seguir tratando de tú hasta que se jubile al que siempre te vendió las camisas, las gafas o te recitaba de memoria el menú del día.

 

Porque Santander, con su punto rancio y estrecho de miras, era reconocible y adorable (y ojalá lo siga siendo). Pero, con tanto cierre local y apertura multinacional, se nos está quedando en una delegación.

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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