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Álvaro Machín

El Paseante

Rebel, comando rebelde

No sé qué hacía yo en Madrid, pero sé que esperaba a mis padres en una habitación de hotel. Que estaba despierto cuando llegaron. Me contaron que habían estado charlando con Millán Salcedo y hablaban entre ellos de si Martes y trece todavía eran tres o ya eran dos. Es curiosa la mente de un niño. Tanto, que hace que uno sea capaz de almacenar en la memoria para siempre todo esto sólo porque fue la noche que me compraron mi primer muñeco de La Guerra de las Galaxias (para mí, la saga siempre tendrá ese nombre). Ellos fueron a ese paraíso de las curiosidades que era para un santanderino a medio hacer un VIPS de la capital a mediados de los ochenta. Con una ingenuidad que ahora me parece eternamente tierna, no compraron al Luke Skywalker vestido de piloto, al peludo Chewbacca o al escalofriante –incluso de plástico– Darth Vader. A ellos les pareció mejor un chico con pinta de formal y bien vestido con un traje verde, gorra y mochila. Un personaje fotocopiado sin frase. Sin nombre concreto para poner en la caja. Era sólo ‘Rebel, comando rebelde’.

Con los años –y eran muy caros al principio (cuanto esfuerzo hacen unos padres por verte sonreír)–, llegaron otros poco a poco. Los más conocidos. Hasta la moto jet de El Retorno del Jedi que de tanto darle al botón que tenía detrás para hacerla saltar por los aires acabó encajando a duras penas. Pero en las batallas de la habitación en la que dormíamos los tres hermanos chicos, ese Rebel verde siempre tenía un papel estelar.

Esta semana escribí a mi sobrino, de quince años. Le pregunté si aún conserva los muñecos que le dejé ‘en herencia’. Me dijo que sí y le pedí que, si algún día ya no los quiere porque hace limpieza, que me los devuelva. Y que incluya la nave de combate rebelde que le hizo su padre con un bote de gel, una percha y papel de aluminio. Me mandó unas fotos. Los tubos de escape eran los cilindros de dos rollos de papel higiénico, la estructura tenía un asiento para el Luke piloto y una pieza que se abría y se cerraba para entrar en la cabina. La hizo con tanto detalle que hasta tenía el hueco para encajar a R2-D2 durante el vuelo. A mí se me encogieron los midiclorianos y no pude evitar decir en voz alta pensando en mi hermano un ‘que la fuerza te acompañe’.

*Artículo publicado en el Suplemento Sotileza del 15 de diciembre

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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