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Álvaro Machín

El Paseante

Aléjate de mi culo

No puedo dar consejos porque aún no sé aparcar y dos gotas gordas me empapan las sienes cada vez que veo un semáforo a punto del rojo en plena cuesta. El coche está sucio porque todavía ando con el apuro de las primeras veces. La ‘ele’ es un ángel de la guarda. Se me despegó esta mañana y la he colocado con celo hasta que consiga otra. Sigo descubriendo cosas. La semana pasada, que el agua con jabón para limpiar la luna sale tirando hacia mí de la palanquita. Ya me atrevo a cambiar de canción y a abrir y bajar las ventanas mientras conduzco. ‘Conduzco’. Reconozco que en primera persona me suena raro, que me cuesta decirlo. Raro me veía entre los críos el día del teórico. Acabé el primero y me daba ‘cosa’ irme. Fue un paso. Luego vinieron las prácticas en secreto. Un amigo me dijo que me había visto en un coche de autoescuela. ‘Debe haber un tío que se parece mucho a mí porque me lo ha dicho más gente’. Coló. En el práctico llevé de copiloto a San José de Calasanz y a un ejército de ángeles celestiales. Entre ellos y la Virgen hicieron el trabajo… Mucha suerte. Y después vino una de las experiencias más estresantes de mi vida. La compra me ha robado años y pelo. Casi, hasta una relación familiar. Y he aprendido dos cosas: que en este país todos llevan dentro un entrenador de fútbol y un comprador de coches, y que el mío tiene que durar mucho porque no tengo ganas de volver a pasar por ello.

 

Insisto. No puedo dar consejos porque aún no sé aparcar y se me cala en las cuestas. Pero ya llevo más de mil kilómetros y eso me acredita, al menos, como observador. De las rotondas no diré nada porque no quiero perder amistades. Pero de la obsesión, sí. Tiene que haber algo erótico. Tiene que ser eso. Porque no entiendo el afán por arrimarse. En los semáforos, en el cruce… Se palpa la cercanía antes de ver por el espejo. Les miras la cara y piensas en el ligón cutre que arrimaba cebolleta en El Divino. En los viejos verdes que sacaron una vez en el Telediario porque plantaban la bragueta del pantalón de pinzas cerca del trasero de las turistas de Las Ramblas a la primera montonera. 

 

Se pegan. Se arriman. Ganando centímetros inútiles. Poniendo calientes las defensas. ¿Vas a llegar antes? Me advierten que yo también lo haré cuando pase el tiempo. No lo entiendo. Diría que es cosa de gallitos cutres, de aquí estoy yo y ‘nótalo, nena’. Pero no, porque ellas también lo hacen. También llegan frenando y paran a punto del beso. 

 

Distancia de seguridad convertida en esa gente que te habla demasiado cerca de la cara. Ay, que angustia. Pues nada, tú sigue. Yo, tranquilo. La ‘ele’ me protege. Párate a pensarlo. La llevo y se me atragantan las cuestas. Tú acércate en el semáforo, pégate del todo… Yo tiro, se me cala y… Ya sabes quién pagará la factura

 

 

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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