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Álvaro Machín

El Paseante

Los que vimos al diablo (vestido de ángel)

Ellos no vieron a los chicos del barrio. No sé si era la mirada o los ojos lo que se les iba cayendo. Desparramándose sobre un rostro cada vez más afilado y pálido. La carne de los papos se les hizo fina y los pómulos, sin oposición, se les marcaban en la cara como a los cadáveres. Del pupitre de al lado y los tiros a trallón en la pista de la Peña a los tumbos en la calle y otros tiros. No vivieron los años de los que daban el palo, del ‘déjame veinte duros’, del ‘o me lo das o todo lo que tengas pa mí’, del ‘no me hagas mirarte los bolsillos’… Siempre tenían prisa hasta que llegaba la hora de deambular lento, siempre discutiendo entre ellos en su ir y venir, siempre muy abrigados con cuero de verano…

 

No vieron al chico bien de La Alameda que ya me conocía. Ya me pedía las cien pesetas con familiaridad y a mí me fue doliendo menos darle lo que costaba la entrada al Covent Garden en la sesión de los sábados tarde. Fueron años de miedo y costumbre. Porque en el fondo, la mayoría, no era mala gente y su estampa se instaló en la ciudad como las paradas de autobús. Aquí no hubo movida madrileña pero había un pirata con guitarra. Allí fueron Enrique o Antonio y aquí, chicos anónimos de las cuatro esquinas. Todos se cruzaban de acera por Cuatro Caminos al ver al vecino de siempre, al que su madre echó de casa, al que volvía de vez en cuando y se paraba a mirar en la distancia.

 

Ellos no entienden por qué la buena chica tenía poco apego a la vida y por qué fue demasiado tarde para la princesa. Nada de diablos vestidos de ángeles, más chutes no. Por qué acabó así la rubia de la pista. La que venía a comerse los morros a los columpios, frente a mi ventana. A mí me parecía una Olivia Newton-John forrada por la tela vaquera de una cazadora con hueco para alguna mano por debajo. Cómo envidié infantilmente a aquellos chicos con la mano larga y los labios rojos…

 

No comprenden, no han visto lo que vimos en esos ochenta idealizados que me pillaron crío y en los noventa que ya me cogieron más crecidito. Ahora, con mis amigos -todos hacemos cuarenta este año-, cantamos la de ‘Tony, el gitano’ en todas las fiestas. Nos reímos con eso, pero esto va en serio. ‘Maldita droga, me tiene loco. No tengo alegría ni sueño tampoco’. Está en la banda sonora de Torrente.

 

Nota: La Policía ha incautado en España el mayor alijo de heroína de lo que va de año en toda Europa. En la carrocería de un Porsche Cayenne blanco. Ahí estaban escondidos 54 paquetes con más de 56 kilos… Todos los indicadores coinciden en que el caballo vuelve a ponerse de moda.

 

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Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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