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Álvaro Machín

El Paseante

La foto de las olas

Puede que sean los mismos que siguen hablando sin inmutarse mientras el crío chilla, imita los taconeos de Farruco y los acompaña con golpes, móvil en mano, en el respaldo de las sillas de los clientes de dos mesas más allá. Con ese teléfono que le compraron al chaval a los cinco años para que estuviera entretenido. Para que no diera mucho el coñazo, aunque a los amigos les digan que es por si tiene que avisarles al salir de clase de piano. Tal vez se trate de los que siempre achacan a algún problema con el profesorado la tendencia de su hijo a no aprobar casi ninguna. O los que van evitando tener que llamar a ‘Hermano Mayor’ a base de juegos para la consola. Tiene que ser algo así. Formar parte de un programa educacional definido, concreto. Basado en muchas horas frente a príncipes, sálvames y viceversa. Porque me cuesta entender que unos padres levanten la cinta de una zona acordonada por la policía para llevar a los enanos a ver olas gigantes. Para plantarles ahí, frente a una barandilla al borde del temporal y reírse a carcajadas cada vez que la cresta de agua les pasa por encima. ‘Ponte para la foto justo cuando venga’. Eso, la foto. La mierda de foto que pondrás en Instagram para tus veinte seguidores lo justifica todo. Enseñar a tu chaval a saltarse a la torera lo que le ha dicho un policía que tiene más trabajo parando a tontos que vigilando peligros. Y, por supuesto, ponerle en riesgo. Corre, que viene. Da igual leer las noticias. Da igual saber que aún no ha aparecido una criatura que se llevó la corriente. Da igual porque eso en el Facebook no sale y no lo has visto.

Tonto. Sí, tonto. Yo lo he sido mil veces (he llenado de ejemplos la zona de copas). Pero esta semana me ardía la sangre mientras trabajaba viéndote poner a los niños ahí delante. Viendo los vídeos de los telediarios, llenos de insensatez. Viendo a un tipo subido a las grandes rocas del Camello con las olas rompiendo bien cerca. Con paraguas y, por supuesto, móvil. Baja de ahí. Porque lloraremos de lástima al saber que te engulló el Cantábrico. Porque tendrás, seguro, una bonita historia que hará que a todos nos de pena. Porque habrá una familia, un perro, un camarero que te servía café… Porque olvidaremos los motivos al ver las consecuencias. Porque nadie pensará -y ni siquiera será ya importante- que te pasó por hacer el tonto. Por la foto.

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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