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Álvaro Machín

El Paseante

Verano 38

Desde la redacción del periódico veo pasar un verano que se fotocopia al del año anterior y al otro, y al otro… Vuelvo a repetir las frases. ‘La misión de todo santanderino es convencer al que viene de fuera que ayer hizo bueno’. Vuelvo a debatir si las ferias trajeron más o menos cosas esta vez. Si el helado de Regma triunfa solo por ser tan grande. La noche de los fuegos me recuerda de nuevo a esa en la que veían el cine desde el agua en Cinema Paradiso. Ahora vivo el verano más de día, porque los chicos que vienen de prácticas tienen siempre la misma edad, pero yo estoy cada año un poquito más lejos. La última noche que salí acabé discutiendo con el dueño de un restaurante moderno. Sé que Cañadío vuelve a estar lleno y que los pantalones cortos de los chavales son mucho más estrechos (yo no me veo). Sé que aparcar está imposible y que se nota que hay mucho turista porque en los bares escucho decir zuritos y ‘una de calamares’.

 

En este verano 38 bebo más agua y como más pescado. Hasta voy a la pescadería cuando entra bonito (y todo eso no ha impedido que recupere algo del peso que se había marchado). He cambiado una parte de las zancadas de los paseos por las pedaladas. Así voy a trabajar a diario. Y he aprendido que aún falta cultura de bicicleta en esta ciudad nuestra. Que mal está que los ciclistas vayamos por la acera. Tan mal como esa costumbre de los paseantes de ocupar los carriles bici. Sobra acera, pero ese color rojizo pintado para marcar la vía atrae a caminantes, corredores con cascos y hasta a parejas con carrito de crío… Si sobra espacio, hombre. De los conductores no hablo porque aún no me atrevo a pisar la carretera, pero no me cuentan nada bueno. Y sí, hay ciclistas que se equipan como para ir al Tour solo para recorrer estos carriles bici ‘volando’. Tampoco. Si quieres exhibir piernas, vete con los que saben a subir puertos (que cada vez hay más gente y más afición y me parece fantástico)… Cada cosa, su espacio.  

 

Que rutón me he vuelto. Pero es que no se puede ir a un concierto con paraguas y querer estar en primera fila. El verano en Santander también son días de lluvia. Y si toca, toca. No hay veraneo sin chubasquero y sobran los recuerdos de chupas en noches históricas. Con paraguas a la campa, no. Que no dejas ver y mojas al de al lado. Es agua, nada grave y todos queremos ver a los que cantan, más allá de que a tu chica se le moje el pelo. 

 

Tengo suerte. Otra reflexión de verano. Por haber viajado mucho y haber vuelto siempre. Porque alguien me estuviera esperando y por pasar los días a su lado. Por los helados al salir del trabajo, por descubrir el rincón de la biblioteca, por la barbacoa con mis amigos de siempre, por poder seguir escribiendo de veranos… Por seguir haciendo planes y por descubrir que al lado mismo de casa hay un paisaje de película llamado Ría de Cubas que media ciudad no ha visitado nunca. Claro que tengo suerte. Mucha. Un verano en Santander nunca se puede olvidar… Y tampoco olvidaré este verano 38.

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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