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Álvaro Machín

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El milagro del Seiscientos

Para mover a esa sensiblería ñoña no hay como uno de esos carteles ‘diseñados’ para colgar en el Facebook con la imagen de dos gatitos y una frase definitiva de Paulo Coelho. Gatitos, amaneceres, bebés… No falla. Interruptores de emoción. Pero hay un elemento más sincero capaz de hacerles la competencia a los motores tipificados de nostalgia. Es más de verdad y consigue hasta el difícil efecto de no generar disputas entre los españoles (como si se ganara un Mundial cada vez que se ve uno). El SEAT 600 es la ternura sobre ruedas. Posiblemente, la máquina que ha conseguido aunar más cariño en este país nuestro habituado a echar pestes de todo lo que hace.

 

(Antes de seguir leyendo, si les interesa la historia del SEAT 600, pinchen aquí)

 

Y todo esto viene, porque este fin de semana, además de cruceros, hubo una concentración nacional de Seiscientos en Santander. Casi cien. De entrada, siempre he sentido devoción por la gente que organiza cosas. El torneo de futbito del barrio o la sardinada popular. No importa. Admirables, porque lo normal es que venga uno de esos que –como yo- nunca hace nada y se dedique únicamente a tocar las pelotas en la cola de las sardinas porque está ‘muy mal organizado’. Somos así.

 

Los Seiscientos, por San Fernando.

 

Fue una pasada. Los coches en La Porticada y, sobre todo, la caravana recorriendo las calles de Santander. Me pillaron por San Fernando, en una cafetería. Media barra dejó el café y el pincho a la mitad y se echó a la acera para verles pasar. Que nadie se olvide que esta crisis también es de alegría. Y ver una explosión de aplausos espontáneos y de sonrisas sólo por ver una hilera de cochecitos por la carretera me arregló el día (y casi la semana, que no era la mejor). El milagro del SEAT 600.

 

(Otro inciso en forma de recomendación. Esta vez musical. Pincha aquí)

 

Pero hay más. Porque, por cada coche, había mínimo dos personas (son Seiscientos, no autobuses) y, muchas, venidas de fuera. O sea, que éstos sí se quedaron a dormir, comieron de menú, echaron gasolina y bebieron copas por la noche. No arregla nada, lo sé. Pero suma. Más que nada porque igual, a bote pronto, dejaron hasta más dinero que los cruceristas, a los que no abrieron ni las tiendas.

 

De celebración. Uno de los participantes.

De celebración. Uno de los participantes.

 

Algo más de estas pequeñas cosas nos vienen bien.

 

PD. Lo de los cruceros no me parece mal en absoluto. Al revés, porque (repito) todo suma. Es escaparate para la ciudad y movimiento, aunque su impacto real no sea, tal vez, el de las cuentas de la lechera que más de uno se había hecho (y que quede claro que no me gustó ver todo cerrado).

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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