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Álvaro Machín

El Paseante

Cenas de Navidad

Querer hacer en unas pocas horas lo que no se ha hecho en todo un año y, encima, con las personas menos indicadas es imposible, además de peligroso. Ocurre en cualquier ámbito pero prolifera en este mes lleno de bombillas, pero con pocas luces. Las cenas de empresa en navidad son un peligro para los que las disfrutan y para los que la soportan. Durante estos días, es imposible salir a tomar una copa por Santander sin encontrar a una pareja de ‘mira quién baila’ que convierte un bar abarrotado en escenario y a gente que no sale nunca y quiere aglutinar una falta de ‘fiesta’ acumulada en una sola noche. Comen mucho, gritan más y beben, sin costumbre, todo lo que encuentran. Y hasta para eso, hay que estar entrenado…

Al protagonista le ves venir desde que entra en el bar. Me pasó el viernes pasado. Yo pido en la barra, yo hago la gracia, yo hablo más fuerte que todos los demás, yo piso y no me entero, yo voy al baño y golpeo la puerta aunque esté ocupado… Yo estoy de cena y eso justifica todo y yo era el rey de la noche en los ochenta. Treinta minutos después de cruzar la puerta, estaba montando un lío en la barra. Lo llevaba escrito en la frente.

Y el menor problema, si me apuran, es el de molestar a todo bicho viviente. Porque el prototipo de ‘cenador navideño’ suele acometer misiones imposibles en el peor de los momentos. A altas horas y mayor número de tragos, le entra un afán confesor (o crítico, que es peor) ante cualquier presunto compañero o un irrefenable instinto amoroso ante la lista de trabajadoras de la oficina (y digo lista, porque a la primera le sigue la segunda, la tercera…). Al jefe, le cambia el Don Ramón por el ‘Moncho’ y le abraza exageradamente. Para hablar con él, empieza sus frases con un “ya que estamos, quería comentarte hace tiempo…” y le suelta todos sus proyectos para hacer un mundo mejor (normalmente, nada coincidentes con los de la dirección). Porque él, en ese momento, sí que sabe… Y él si que puede hablar con el jefe con confianza… “Coño, Moncho, si es lo que yo digo, que no eres tan mal tío, joder…”.

Pero lo peor de la cena no está en el postre. Más bien, en el café de la máquina al día siguiente. Porque es ahí, justo ahí, cuando descubres que en la casilla de mensajes enviados del móvil están tus mayores errores…

Nota: Pido disculpas por haber tardado tanto en volver a ‘pasear’ y os deseo a todos unas felices fiestas (y cenas).

Artículos de opinión sobre la vida cotidiana

Sobre el autor

Santander (19 de noviembre de 1976). Licenciado en Periodismo. Ha compaginado durante años su labor en la prensa con trabajos en radio y televisión. Autor del blog 'El paseante'.


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