El tiempo maneja sus propias contradicciones. A medida que te haces mayor, corre mucho más rápido. El verano que nunca llegaba ahora está siempre a la vuelta de la esquina y el cumpleaños parece tener prisa en aparecer para recordarte que cada minuto vivido empieza a formar parte del pasado.

El tiempo, los años, el ánimo, aprovechar cada rato, ser feliz… Estoy reflexivo. No me escondo. Sobre la mesita reposa ‘Amigos: Adiós a la soledad’, de Enrique Rojas. Prefiero una buena conversación que una noche de copas. Soy más tolerante y tengo menos miedo a decir lo que siento. Incluso lloro más ante el televisor. Y de éso va este artículo, después de tantas vueltas. De llorar ante la pantalla y de la última historia que consiguió hacer rodar una lágrima por mi salón. Y no fue un beso de película, ni el final feliz de ‘El hijo de la novia’, ni la duodécima muerte de Chanquete. Ni siquiera la última estadística de esta crisis que, unida al cielo gris, invita a mirar hacia el suelo. Fue un anuncio. Fue el relato de un anciano centenario con poso en la voz que le dice a una recién nacida que es «un suertudo» por haber vivido, por seguir aquí, por poder abrazar a su mujer… «No te entretengas en tonterías, que las hay, y vete a buscar lo que te haga feliz». Al carajo con los que dicen que no es buen momento para vivir, para aprovechar un tiempo que «corre muy deprisa», para despertarse y pensar que puede ser un gran día pese a lo que diga el telediario.

Fue un anuncio. Sí. Un anuncio me hizo llorar. Noventa segundos que pretenden conseguir que beba más Coca Cola. En la era del consumismo, en este tiempo en el que la televisión es el refugio para cientos de personas que viven sólas en medio de mucha gente, resulta curioso que en un anuncio quede un hueco para recordar determinados valores y los objetivos reales de todo esto. «Estás aquí para ser feliz». Lloré y me sentí bien.