Ahora que los chicos guapos quieren ser tan macarras como el “Duque”, que poco importa saber que París es la capital de Francia o a quién se debe el nombre del Paseo de Pereda. Ahora que los gimnasios rompieron el hechizo de los bares y que en las cenas más “chulis” sólo hay menú de ensaladas. Ahora que vestir bien es ceñirse, llevar prendas que brillen y lucir mensajes construidos con palabras de poca monta. Ahora que para ver el telediario es necesario traductor. Que nuestra tragedia es cosa del Euríbor, el BCE, el IPC, la EPA, el IVA, el TAE, el FMI y la tragedia política tiene como actores a Rajoy y ZP. Ahora que los fichajes se hacen por Internet (o asesoría externa) y los futbolistas llevan la extravagancia en el peinado. Ahora que los reporteros gritan a Letizia Ortiz para que salude con la mano y las crónicas incluyen la lista de la compra de un ex Gran Hermano.
Ahora que las únicas cartas que asoman por mi buzón llevan el “logo” de Caja Cantabria o van acompañadas de una firma fotocopiada de alguien a quién no conoceré. Ahora que la poesía es cosa de esos cuatro raros que aún compran libros y no saben “bajarse” los estrenos. Ahora que las frases de amor llegan al móvil mandando un SMS al 5505. Ahora que los que saben llevan estrellas tatuadas en los codos y las piernas depiladas. Ahora que los niños se aburren sin la Play y ya no saben jugar en la calle. Ahora que la música se escucha en MP3 y se “cocina” una voz sin ingredientes.
Ahora que las películas sólo son “remakes” y ya no se ven en la última fila de un cine de barrio con una chica. Ahora que una copa en Cañadío cuesta mil de las antiguas. Ahora que las niñas de Cantabria -como las de Madrid- ya no quieren ser princesas y los niños se gastan en saldo del móvil la pasta de papá. Ahora mismo, y con el reconocimiento de que la visión escrita es un poco pesimista, hay días que ya no encuentro mi sitio.