Dice alguien que empieza a conocerme bien que soy –y pido disculpas por anticipado– un ‘cagueta’. Sin entrar en muchos detalles les contaré que cuando apago las luces de mi casa antes de irme a la cama nunca miro hacia atrás. O sea, que tiene razón. Pero es que últimamente creo que la actualidad justifica mis miedos.
No necesito irme hasta Harlem o al barrio más peligroso de Ciudad del Cabo. Hace pocos días me contaron que la puerta de la casa de un buen amigo –blindada, por cierto– cedió como la mantequilla ante las palancas y la maliciosa habilidad de tres individuos. La suya y la de otros tres vecinos. En unos pocos minutos, tres hogares violados. Robo y la desagradable sensación de saber que alguien ha manoseado tus cosas (que creo que es lo peor de todo).
A estas alturas de artículo puedo apostar a que usted, lector, pensará que mi amigo vive en un chalet apartado de las afueras de Madrid y que el asalto se produjo a horas intempestivas. La historia de José Luis Moreno o de la familia Tous. Una de ésas que salen por la tele y que nunca pueden pasarme a mí.
Les doy datos: se trata de un piso normal en pleno centro de Santander y en la mañana de un día laborable. Gente cercana a
Desde que me lo contó miro y remiro la puerta de mi casa antes de abrir y meto la llave en la cerradura con algo más que cautela. Si vienen, les doy las llaves y les digo que les espero en el bar. Yo no soy un héroe. Y para colmo de males, dos días después de conocer esta historia, alguien con muy mala leche me espera junto a la puerta del ascensor para darme un sustillo de esos de broma. Aún no he recuperado el color…