Un equipo de voluntarios cántabros llega a Atenas
Fátima Figuero, Camilo Torre, Kike López y Mohamed Karrum pasarán los próximos diez días con los refugiados
El avión despega poco después de la una de la tarde. Entre el pasaje se puede disfrutar de la magia de la globalidad. El sonido se llena con todo tipo de acentos, pero la mayoría habla en griego e ingles. Todos llevan en la mano una vela fina, de unos cincuenta centímetros de largo, que las azafatas que dan la bienvenida a bordo van entregando con una amplia sonrisa tras decir ‘kalimera’, que es ‘buenos días’ en griego. El vuelo es de Aegen, una compañía en la que la distancia con el asiento de delante no es mayor que la longitud de la vela con la que invitan a disfrutar de la Megali Evdomada o Pasja, que es como su Semana Santa ortodoxa, que se celebra estos días en el país heleno. Precisamente por estar en medio de esta fiesta, muchos griegos están de vacaciones y las instituciones y muchos comercios están cerrados, sobre todo los de las zonas que no son turísticas.
En aeropuerto Aldolfo Suárez, Los Secretos no han dudado en fotografiarse con la bandera de Cantabria. Esta noche tocan en Palma de Mallorca.
En Madrid, esperando en la zona de embarque, han aparecido Los Secretos cargados con los instrumentos. El grupo iba a volar a Palma de Mallorca para tocar por la noche. Álvaro urquijo se ha mostrado orgulloso del trabajo que están haciendo los voluntarios en Grecia y ha recordado que hace unos meses tocó en la sala Summun de Santander, ciudad de la que todos guardan un grato recuerdo. La bandera de la capital cántabra está dentro de la maleta facturada, pero también quieren fotografiarse con la de Cantabria. Se despiden deseando suerte a la expedición formada por Fátima Figuero (41 años), Kike López (43), Camilo Torre (46) y el equipo de El Diario Montañés.
Por fin, juntos
En el aeropuerto de Atenas espera Mohamed Karrum, un sirio de 67 años que vive en Treto desde el pasado septiembre. Llevaba más de treinta años viviendo en Zaragoza, donde orgulloso dice que tiene “la única pulpería” que hay en la capital aragonesa. “Estaba harto del calor que hacía allí y me fui de vacaciones a Laredo y “viendo cómo se vive allí me alquilé una casa en Treto”. Se ha unido este viaje porque quiere seguir ayudando a sus compatriotas, como ya ha hecho dos veces más. Habla español perfectamente, pero también árabe, que es su lengua materna. “Que vengan voluntarios que conozcan el idioma es básico para entender a los sirios, porque muchos no saben inglés y pocos les entienden”. Además explica que no le gusta cómo algunas ong están haciendo las cosas en los campos de refugiados y quiere mostrarlas.
Pasadas las cinco de la tarde (hora local, en Grecia es una hora más que en España), el equipo de cántabros se reúnen en el aeropuerto de Atenas. Fátima, Kike y Camilo llevan en su equipaje gafas de sol, gorras para los niños y móviles para repartir entre quienes los necesiten, ya sean voluntarios o refugiados. En otra maleta vuelan once equipaciones del Racing para que los niños jueguen mientras llega la solución al problema que los mayores no consiguen resolver. Una bandera de Santander, otra de Cantabria, una del lábaro y una de España completan el equipaje. Mientras salen las maletas, una pareja de voluntarias de Aragón escucha hablar en castellano y se acerca al grupo. Van a Idomeni. Cuando los cántabros lleguen al campamento que está en la frontera de Macedonia contarán cómo les ha ido estos primeros días. Karrum cuenta que en su avión viajaban tres bomberos de Asturias que se dirigían a Lesbos y a Chíos con la ong Human Rescue. Dos de ellos venían a hacer prácticas rescatando refugiados en el Egeo.
Una vez juntos y después de contarse las peripecias del vuelo, el grupo cántabro coge un autobús para ir al centro de la ciudad. El billete cuesta seis euros y es la opción que elige la mayoría de los que acaban de aterrizar. Sakis Stroampoupis también va en el bus. Como ciudadano griego piensa que los locales “no vemos a los refugiados que han llegado como enemigos. Son gente que está huyendo de la guerra. Solo se vive una vez y bastante problemas tienen ya”. Pero reconoce que no todo está está siendo fácil, “en los pueblos son más cerrados, les cuesta más. Con las crisis económica que tenemos aquí, la gente tiene miedo”. Dice la palabra miedo varias veces. El viaje en autobús transcurre por una autopista flanqueada de grandes almacenes comerciales. Pocos conservan su nombre europeo, como Ikea o Leroy Merlín, pero la mayoría lucen grandes luminosos de firmas griegas.
Ya en Atenas caminando con las maletas en la que va parte de la ayuda humanitaria para los refugiados, que el grupo de voluntarios han traído en el avión.
En las afueras de la ciudad hay muy poca gente por la calle y largas filas de taxis, aquí son amarillos. Los conductores saben que hoy puede ser una gran noche para el sector porque se celebra el Sábado de Resurrección, y es típico que familias enteras vayan a la iglesia a celebrar lo que llaman “el milagro de la luz divina”. De hecho es bajar del autobús y empezar a callejear por el centro de la ciudad para empezar a ver puestos ambulantes que venden las mismas velas que entregaban las azafatas del avión a todos los que viajaban aquí. Mientras los turistas, muchos de ellos asiáticos, pasean haciéndose fotos por las calles hay decenas de hombres pidiendo, muchos de ellos en improvisadas camas sobre las aceras. La gente les sortea sin apenas hacerles caso, como si ya pertenecieran al paisaje. Lo mismo que el Acrópolis que aparece en lo alto de una gran plaza llena de gente. Es fácil intuir quién está aquí de turismo y quienes ya están acostumbrados a ver a diario a los templos más famosos de la antigüedad. Unos hacen fotos sin hablar; los de aquí charlan animadamente mientras se desean ‘kalinitka’, que significa buenas noches.