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Jesús Serrera

A Capella

Integración o pelea en el barro

A l final del apacible congreso que lo confirmó una vez más al mando del PP, Mariano Rajoy hizo un llamamiento a la integración en la catarata de cónclaves regionales que se avecinan. Algo parecido a lo que él mismo practica en su entorno: un complejo equilibrio entre dirigentes y grupos diferentes que compiten entre sí: Soraya y Cospedal, Guindos y Montoro, Maillo, Arenas, Casado… Génova cita a Ignacio Diego y a María José Sáenz de Buruaga para reconducir el conflicto a una lista única. Diego se apunta a la idea en una carta a toda la militancia y deja abierta la opción de la retirada, pero Buruaga no se fía. Es difícil vislumbrar un proceso integrador sincero y eficiente en las convulsas vísperas del congreso, que han ido degenerando desde la intriga clandestina hasta la pelea en el barro. También es dudoso que resulte conveniente. Un apaño forzado para mantener el estatus establecido, el mismo discurso político y la supervivencia de los mismos dirigentes, sería tanto como bendecir la mortecina trayectoria del PP desde las elecciones de 2015, en los municipios, en el Parlamento, en la vida del partido. En el PP asusta el clima de agitación, pero no puede ser peor que la paz del cementerio.
La virulencia de la pugna congresual no es sino la consecuencia lógica de la decepción electoral de mayo de 2015. Es posible incluso que la crisis, el abandono y la falta de participación en el partido tengan un origen anterior, pero los buenos tiempos de las mayorías absolutas en el Parlamento y en 60 corporaciones municipales ocultaron durante mucho tiempo las deficiencias orgánicas.
Tras el fracaso electoral, en el PP había quien pensaba que el presidente, Ignacio Diego, terminaría por aceptar la sucesión, como cuando José Joaquín Martínez Sieso perdió el Gobierno regional en 2003, pasó el relevo al propio Diego en 2004 y se fue a ocupar un escaño en el Congreso. Las urnas habían aportado al PP datos objetivos que aconsejaban la revisión del liderazgo. Por ejemplo: en el conjunto de los diez mayores ayuntamientos las candidaturas municipales del PP sacaron 34.300 votos más que el PRC, mientras que en el mismo territorio la candidatura autonómica no llegó a 11.000 votos de ventaja, lo cual reflejaba un rechazo constatable a la lista que encabezaba Diego.
Pero como otros sospechaban, no hubo examen de conciencia en la dirección del PP de Cantabria. Las dos elecciones generales, la larga inestabilidad política en España, reforzaron la coartada para la continuidad, aunque no evitaron la desmotivación de la militancia y la progresiva preocupación de los dirigentes críticos con la deriva del partido.
Las miradas se posaron primero en Íñigo de la Serna, único superviviente de postín en la catástrofe electoral. El alcalde santanderino era partidario del cambio de ciclo, pero no hasta el punto de ponerse al frente de las operaciones. El ámbito partidario nunca le había atraído, mucho menos cuando fue convocado al Consejo de Ministros. Sólo quedaba una opción: María José Sáenz de Buruaga, la secretaria autonómica, cada vez más distanciada de Diego y de sus fieles, y la mejor conectada con De la Serna.
Sáenz de Buruaga maneja con cautela la etiqueta renovadora asignada a su grupo, dada su larga carrera como número dos del partido y del Gobierno, y las de algunos veteranos dirigentes que la acompañan. Por eso alude más bien a la renovación del partido, a alentar la participación de la militancia y al cambio de discurso y de talante. El tránsito desde la confrontación y el rompe y rasga, del todo o nada, mayoría absoluta u oposición, a la flexibilidad para el diálogo y el pacto que harían más factibles el acceso al gobierno de las instituciones, por ejemplo en aquellos municipios importantes en los que el PP fue la formación más votada pero no encontró interlocutor para armar una mayoría.
Diego y Sáenz de Buruaga vuelven de la reunión con Cospedal y Martínez Maillo en Madrid con la orden de poner fin al conflicto con una lista única. Ella ya había dado el paso antes y tiene a su equipo movilizado. Ha quemado las naves, no hay marcha atrás, aseguran los suyos, aunque no sería un problema integrar a algunos referentes del grupo adversario.
Diego estaba dispuesto a ceder el mando a Buruaga si le dejaban oficiar la ceremonia y mantener su influencia. El arreglo no fue posible y, desde luego, el presidente se ha venido arriba con el fragor de la batalla. Seguramente él mismo tendría más opciones que cualquiera de los candidatos interpuestos que maneja como disponibles. Sin embargo, las instrucciones de Génova imponen un nuevo escenario.
Diego dirigió ayer a la militancia una carta en la que se apunta a la integración en una lista. El mensaje es lo suficientemente ambiguo como para sugerir que está dispuesto a retirarse y favorecer el relevo, si se le facilita la salida airosa que había pedido hace solo unos días, o para dar a entender que Sáenz de Buruaga debe acompañarle en la renuncia. La maniobra de Diego le sitúa en sintonía con el mandato de Madrid. Buruaga no se fía de las intenciones del jefe. Hoy les han citado otra vez en Génova a los dos.

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Crónica, opinión y análisis de la actualidad. Con todas las voces, sin acompañamiento instrumental

Sobre el autor

Bilbao. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco. En El Diario Montañés desde 1982. Subdirector. Sobre este blog: Crónica, opinión y análisis de la actualidad. Con todas las voces, pero sin acompañamiento instrumental. Se agradecen las sugerencias para mejorar el repertorio.


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