Leo en las redes sociales un buen puñado de testimonios de jóvenes racinguistas radicales. Eufóricos y orgullosos del acto de fuerza que han protagonizado tras el partido frente al Villarreal, anuncian que la ‘presión’ va a ir a más en próximos partidos y amenazan abiertamente la integridad física de los miembros del Consejo. No encuentro siquiera una palabra de disculpa para la vigilante que resultó golpeada por una lata voladora. El ‘SOS Racing Fuera chorizos’ les autoriza a todo: cualquier cosa que pueda pasar será culpa del Consejo. Pues no.

El movimiento de oposición al actual Consejo del Racing, el vergonzante grupo de los Alí, Pernía, Harry, Campos y compañía, ha crecido de forma muy importante en estos meses. Lo impulsaron las peñas y los pequeños accionistas hasta incorporar progresivamente a todo el racinguismo, e incluso a los representantes de las instituciones, en un proceso ejemplarizante de cómo la sociedad civil puede movilizarse frente a cualquier práctica perversa. Ya somos más de 3.600 los firmantes del manifiesto por la regeneración y cabe esperar que muchos más se sumen a la iniciativa.

Pero episodios violentos como los que acontecieron tras el partuido del sábado no ayudan al prestigio ni a la eficacia del movimiento. La protesta es legítima y deseable, pero la violencia es injustificable, y no me parece tan difícil identificar dónde está la frontera. Cada acto violento será una coartada para el funesto grupo de dirigentes racinguistas y una mancha para el racinguismo opositor. Me parece que los impulsores del movimiento, los representantes de las peñas y de los pequeños accionistas, deben poner en juego toda su autoridad moral para frenar de forma drástica las pulsiones violentas del pequeño sector de hinchas radicales, y si eso no es factible, lanzar un mensaje inequívoco que desmarque al movimiento por la regeneración del Racing de tales excesos.