Miguel Ángel Revilla llega al Parlamento y dice con retranca que, por una vez, está encantado de pasar desapercibido ante el tropel de periodistas que esperan a que Ignacio Diego y María José Sáenz de Buruaga regresen de la terapia de integración que les han recetado sin mucho éxito en la calle Génova de Madrid. A Eva Díaz Tezanos y a los socialistas, en general, se les escapa media sonrisa, entre irónica y comprensiva, por la tremenda bronca instalada en el PP de Cantabria en las vísperas del congreso regional.
«Por una vez no somos nosotros, que sepan lo que es bueno», dice la gente del PSOE de Cantabria antes de que se desate su propia pugna por el liderazgo en el ámbito federal. Ellos están bien curtidos en una guerra de tres décadas entre oficialistas y críticos, que han ido cambiando periódicamente los papeles, y acostumbrados al ruido interno. Pero las famosas ‘paredes de cristal’ del PSOE, que dejan entrever el espectáculo, son casi una broma en comparación con la reyerta sin cuartel de estos días en el PP, retransmitida en directo y amplificada por las redes sociales.
Los dirigentes del PP, todos diputados regionales en el Parlamento, han entrado en batalla con tanta furia que no les queda tiempo para otra cosa. No, desde luego, para la función que les corresponde como primer partido de la oposición. Nunca han estado muy activos en esta legislatura, pero no habían llegado tan lejos como en el debate de los Presupuestos 2017, el más importante del año. Ajenos sin pudor a lo que acontecía en la Cámara para centrarse en el marcaje al compañero convertido en enemigo y en la próxima jugarreta.
El discurso popular sobre las cuentas del Ejecutivo ha sido menos incisivo que nunca, acaso para ahorrarse alguna alusión hiriente de los adversarios sobre el conflicto que les aqueja. En efecto, cómo insistir en la crítica de que PRC y PSOE forman dos Gobiernos en uno –lo que resulta evidente tantas veces– sin recibir la réplica de que el PP es un partido dividido en dos.
El debate interno en el PP en las vísperas del proceso congresual es destructivo, abundante en las descalificaciones, orientado a la supervivencia política y a las expectativas de cada cual. No aparece por el momento un análisis de los errores que condujeron al descalabro y la pérdida de poder en las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2015, y a la desmovilización que el partido arrastra desde entonces. Tampoco hay una discusión de fondo sobre los planes para la revitalización de las siglas y del liderazgo para afrontar con alguna garantía la próxima cita con las urnas dentro de dos años. Todo lo más, se intuye la defensa de la política de confrontación, el PP solo contra todos, que ha caracterizado el mandato de Diego y la flexibilización hacia los pactos con otras formaciones que propone Sáenz de Buruaga en un nuevo escenario político.
El presidente se maneja bien en el campo embarrado del conflicto partidario, publicita las adhesiones que viene recibiendo y hasta ha fichado a quien primero había reclamado la renovación del partido, el exalcalde de Riotuerto, Ángel Cuadrado. Pero Diego no ofrece argumentos consistentes para su continuidad. Es más, él estaba dispuesto a ceder el testigo si se le daba una salida airosa y capacidad de influencia en el futuro; como no se lo garantizan, intenta quedarse al mando. Es decir, la vida y el futuro del partido han de orbitar en torno a su situación política y personal.
En el grupo de Sáenz de Buruaga, que hasta ahora ha sido más prudente en su estrategia mediática, se han echado a faltar más voces que expliquen el cambio que postulan y por qué es necesario el relevo de quien ha sido su jefe indiscutido. Hasta la fecha, Ildefonso Calderón ha sido uno de los más contundentes en la defensa de un nuevo rumbo con otro liderazgo y su pronunciamiento le ha costado la dura reprobación del otro bando. A Calderón no se le olvida, naturalmente, que el acoso de su partido a Francisco Javier López Marcano está en el origen de la moción de censura que le arrebató la Alcaldía de Torrelavega, en su día una gran conquista para el PP.
En el equipo de Buruaga han esperado como agua de mayo el aliento de Íñigo de la Serna, que ya había escenificado su apoyo a la causa renovadora durante el reciente congreso nacional del PP y que ha vuelto a hacerlo este fin de semana y de forma aún mas contundente. No todos los días un ministro del Gobierno pide el relevo del presidente regional de su partido. El ministro de Fomento ha estado permanentemente conectado con Génova, mientras la cúpula nacional llevaba a cabo su ronda de consultas con los dirigentes de Cantabria, en pos de una candidatura de integración que se vislumbra más que complicada.
La fractura del PP de Cantabria en todas sus estructuras, larvada por el aplazamiento del inevitable debate sobre su liderazgo resulta escalofriante si se trata de rearmar al partido cuando está a punto de cumplirse el ecuador de la legislatura. No es extraño que los adversarios del PRC y del PSOE se muestren tan sonrientes.