Ánimo, que queda mucho para el 26 de junio. Hay mucho voto callado que va a ser nuestro», jaleaba Miguel Ángel Vega, aspirante a renovar su escaño en el Senado, al centenar de militantes socialistas concentrados en la desangelada noche de Tetuán en el inicio de la campaña.
«No nos decepcionemos», pedía también Puerto Gallego, cabeza de lista para el Congreso, apenas unas horas después de que el CIS confirmase la amenaza del ‘sorpasso’ de Unidos Podemos. Exhortaciones bienintencionadas que, ¡ay!, no hacen sino subrayar el abatimiento general. Más grave ha sido lo de Pedro Sánchez al admitir públicamente el desaliento de la militancia. Una confesión inédita que ha asombrado a propios y extraños, un desafío a todos los manuales de campaña que exigen a los aparatos partidarios, y sobre todo a sus líderes, mantener la presencia de ánimo aun en las peores circunstancias. Cuanto más apurada es la situación, mayor es el peligro de cometer errores.
Mucho más atinada estuvo la secretaria general Eva Díaz Tezanos al pasar de puntillas por los malos augurios y centrarse en ponderar los principios y valores perdurables del PSOE, su aporte fundamental durante cuatro décadas al desarrollo de la democracia y al progreso de España hacia el Primer Mundo. Es este un discurso poco frecuentado en los últimos tiempos por los líderes socialistas, que han preferido reorientar el partido hacia la izquierda, unas veces para competir con Podemos y otras para auparles a las grandes alcaldías de España.
El sondeo del CIS sugiere al PSOE el coste de adentrarse en un territorio poco propicio. Los jóvenes electores predominantes en el segmento más radical reprochan con razón a los dos viejos partidos su falta de respuesta a la crisis y a la corrupción. Y además ignoran o no valoran en su justa medida el hecho de que el Estado del Bienestar, debilitado pero todavía vigente, no es un legado secular que este país haya disfrutado siempre sino una conquista larga, ardua y compartida por toda la sociedad española, desde luego también por el PSOE, más allá de los aciertos y los errores, de las victorias y las derrotas en las urnas. Seguramente, un poco más de pedagogía política en este sentido habría atenuado los riesgos del ‘sorpasso’.