Felipe González fue el primero en sugerir la idea de un gran pacto entre el PP y el PSOE «si el país lo necesita», al modo de la ‘Gross Coalition’ que funciona en Alemania. Era a mediados de mayo, con el paro sin domar, el desafío soberanista en Cataluña en plena efervescencia y Podemos ya muy arriba en las encuestas. Pero faltaban apenas dos semanas para las elecciones europeas y el histórico líder socialista se resignó a plegar velas para no perjudicar más a su partido, a instancias del ya declinante Alfredo Pérez Rubalcaba.
Tal vez fuera un exceso verbal extemporáneo de quien piensa ya más en consolidar su biografía de estadista en los libros de historia que en los puntuales intereses del PSOE, pero no cabe creer que fuera sólo una ocurrencia improvisada del ‘viejo zorro’ González, tras intercambiar confidencias, de presidente a presidente, con el actual inquilino de La Moncloa, Mariano Rajoy, quien por cierto acaba de advertir sobre los riesgos de la quiebra del bipartidismo en España.
También el nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, niega ahora, con algunos matices, la hipótesis de pactar con el PP tras las elecciones, pero las presiones son cada vez más fuertes a medida que Podemos hace estragos en los sondeos electorales.
Los empresarios y los poderes fácticos reclaman el consenso de los dos grandes partidos para salvar el sistema y quienes se oponen a la ‘casta’ temen –no hay más que echar un vistazo a las redes sociales– que la fórmula que despectivamente llaman ‘PPSOE’ se hará realidad a su debido tiempo para hacer frente a los radicales.
El PP, hundido en el desánimo por el castigo que le infieren los sucesivos escándalos de la corrupción y por la tibia reacción que observan en sus principales dirigentes, se adhiere a los planes de emergencia. Parece que fue ayer cuando Pedro Arriola, el ‘gurú’ electoral de Rajoy, bendecía o propiciaba el buen trato de las televisiones a Pablo Iglesias y los suyos, en la idea de que sólo los socialistas pagarían los cristales rotos. En el PP admiten ahora que se han pasado de frenada en esa estrategia condescendiente con Podemos y no les llega la camisa al cuerpo.
Bien, ese escenario corresponde más bien a las elecciones generales, pero antes, en mayo, a seis meses vista, aguardan los comicios autonómicos y en Cantabria se disparan las cábalas sobre la incierta gobernabilidad que supondría la entrada en liza de Podemos (que no competirá con su marca propia en las urnas municipales). Sobre todo si los resultados del 24-M se aproximan a la encuesta que maneja el PP desde antes que estallase la última gran ‘traca’ de corrupción: PP (16), PRC (9), PSOE (5) y Podemos (5) en el Parlamento de 35 diputados.
Hace ya mucho que el PP de Cantabria se ha resignado a perder la mayoría absoluta, pero no hace tanto que apuntalaba como mal menor la idea de gobernar en minoría como partido más votado, con acuerdos puntuales con otros grupos, mejor con UPyD y/o Ciudadanos en el Parlamento, pero estas formaciones han caído bastante en los sondeos.
Un planteamiento similar se hacían PRC y PSOE. Si no sumaban juntos los 18 escaños que marcan la mayoría de gobierno, siempre podrían buscar apoyo en la izquierda para gobernar, pero esa hipótesis tenía más verosimilitud con IU en la Cámara que con la más probable llegada de Podemos.
O sea, si el partido de Pablo Iglesias confirma su potencia en las urnas y se hace decisivo, la gobernabilidad en Cantabria no será fácil porque la nueva formación no discrimina demasiado entre PP, PRC y PSOE. Al menos esa es la teoría: Todos son ‘casta’.
En cualquier caso, Podemos en Cantabria prefiere no hacer cábalas sobre su eventual peso en la gobernabilidad de la región. Está en el día a día del armazón del partido antes de centrarse en las elecciones autonómicas con la idea de presentar «una candidatura que ilusione a la gente», define uno de sus portavoces, Iñaki Jiménez.
Diego y Revilla
Una supuesta coyuntura de ingobernabilidad obligaría a convocar nuevas elecciones dos meses después de la primera votación de investidura. Pero antes, PP, PRC y PSOE explorarían todas las posibilidades. Con Podemos o contra Podemos, el partido que llega para demoler el sistema que en Cantabria representan los tres grandes partidos. Populares y regionalistas ya han gobernado juntos ocho años. Reeditar ese pacto de mayoría holgada sería difícil con Ignacio Diego y Miguel Ángel Revilla al mando de las tropas; mucho más sencillo si los malos resultados electorales invitan a alguno de los dos a dar un paso hacia el costado generoso y responsable.
Desde luego resultaría más chirriante el pacto PP-PSOE, que de momento todos niegan en sus baños de pureza, pero de eso es de lo que hablaban precisamente Rajoy y González en sus sobremesas privadas. Llegado el caso, habrá que estar atentos a lo que digan unos y otros desde Madrid. No hay cosa que una más que tener un enemigo compartido: Podemos.