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Jesús Serrera

A Capella

De la Serna: clamor, silencio y alivio

 

 

El teléfono de Íñigo de la Serna estuvo echando humo desde las primeras horas del domingo pasado, 5 de septiembre, cuando empezaba a trascender, a través de una entrevista que publicaba este periódico, que el alcalde estaba dispuesto a enfrentar por tercera vez consecutiva el desafío de lograr la mayoría absoluta para el PP en el Ayuntamiento de Santander dentro de siete meses. El mismo trajín acechaba a los miembros de su equipo de gobierno y de sus colaboradores más próximos. Amigos, conocidos, mucha gente del partido y de la periferia política e institucional. Por la tarde, el alcalde se dio una vuelta por la ciudad y recibió en persona la adhesión de muchos ciudadanos que en los últimos meses habían permanecido expectantes ante la incertidumbre más notable que se recuerda en la reciente historia de la política regional.
Y sin embargo, como contraste a ese clamor, ese mismo domingo y también 24, 48, hasta 72 horas después, el presidente del Gobierno regional y del PP de Cantabria, Ignacio Diego, guardaba y recomendaba guardar silencio al aparato del partido sobre la continuidad de Íñigo de la Serna. Un silencio estridente, por lo demás, cuando la opinión generalizada percibe ese anuncio como una gran noticia para el PP y muy mala para sus adversarios políticos.
Solo al cuarto día, Diego emitió, desde Torrelavega, una declaración escueta, medida, correcta pero distante, incluso sobreactuada, en la que expresamente situó al alcalde de Santander en el mismo nivel de consideración que el de las cinco docenas de regidores que defenderán las siglas del PP de Cantabria en las elecciones de mayo de 2015, con una alusión muy genérica del presidente al «orgullo y la tranquilidad» que todo ese capital político representa para el partido.
La frialdad con que Diego y la cúpula del PP han dado acuse de recibo al anuncio del alcalde santanderino no contribuye a recuperar la normalidad y la unidad partidaria en vísperas de la carrera electoral. En el entorno más cercano al regidor hablan sin ambages de un error estratégico, máxime cuando De la Serna empleó un tono conciliador al revelar la decisión de proponer al partido su candidatura a la reelección, con referencias a su lealtad inmutable y la de su equipo con el partido y ni una sola mención a los eventuales factores políticos negativos que hubiera sopesado a la hora de resolver su futuro.
Pero también en otras instancias populares más cercanas al aparato se constata, ya en voz más baja, el desconcierto por la intencionada displicencia de la cúpula ante la resolución largamente esperada del ‘caso De la Serna’. Incluso entre los que creen que la larga incertidumbre ha dañado al PP –y al propio alcalde–, o los que lamentan que éste sólo tuviera a Mariano Rajoy como interlocutor del PP en el proceso que ha determinado sus planes de futuro. Frente a tales argumentos, De la Serna siempre se ha mostrado seguro de no haber quebrantado los tiempos ni los intereses electorales del PP mientras  culminaba una reflexión trascendente que ha tenido tanta o más carga personal que política.
En este trance ha asomado el siempre importante factor humano: el progresivo deterioro de las relaciones entre Diego y De la Serna en múltiples episodios; entre los últimos, el de más largo recorrido y mayor tensión ha sido el relativo a la liberalización horaria del comercio, con la intervención del Gobierno contra el plan trazado desde el Ayuntamiento.
En definitiva, un clima que no ha facilitado un saludable ‘borrón y cuenta nueva’ que el conjunto del PP agradecería entre quienes encabezarán sus dos principales listas electorales a la vuelta de un semestre. Bueno, no faltan los optimistas que confían en un escenificación más cordial en la primera ocasión en que las agendas del presidente y del alcalde les hagan coincidir en algún acto público.
Potencia en las urnas
Alborozo en unos, silencio y severa contención en otros, alivio en todos. Más allá de las adhesiones personales, el PP celebra la continuidad de Íñigo de la Serna en el cartel electoral de mayo de 2015, consciente de su potencia en las urnas. Así que ya ha pasado a mejor vida, con diez días de antelación, el ‘plan B’ que el aparato del PP había armado por si el 15 de octubre, en la fecha límite marcada por él mismo, el alcalde anunciaba su marcha. En ese plan se manejaba algún nombre sorprendente y de impacto, afín al ideario popular, pero ajeno a su maquinaria.
En realidad, el PP se sentía capaz de ganar en Santander incluso sin De la Serna. Otra cosa es el plus acreditado por el alcalde a la hora de arrastrar votos para su partido en los comicios regionales, que fue esencial para la mayoría absoluta de 2011. El PP no confía en que se repita aquel ‘tsunami’, pero sus dirigentes aspiran al menos a un resultado que le mantenga en el poder en 2015. Así que hasta el domingo último no les llegaba la camisa al cuerpo: ‘Sí Íñigo se llega a ir, nos hace un siete’.

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Crónica, opinión y análisis de la actualidad. Con todas las voces, sin acompañamiento instrumental

Sobre el autor

Bilbao. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco. En El Diario Montañés desde 1982. Subdirector. Sobre este blog: Crónica, opinión y análisis de la actualidad. Con todas las voces, pero sin acompañamiento instrumental. Se agradecen las sugerencias para mejorar el repertorio.


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