Siempre me ha gustado Sabina. El ingenio, el talento, la sensibilidad un poco descreída, la vigencia de sus poemas urbanos envueltos en esa voz canalla y en una gran variedad rítmica: del rock a la balada, el rap o la salsa. He disfrutado muchas horas con la música de Sabina y le he prestado más bien poca atención a su peripecia política y vital, y a sus contradicciones, por lo demás tan propias de los humanos. Ahora veo en las redes sociales que el ‘rojerío’ que ponderaba su arte cuando pertenecía al ‘Clan de la Zeja’ le repudia en 360 grados por haber prestado la letra de su Himno de España a Ciutadans para la campaña electoral de Cataluña.

Me parece que no es una buena idea convertir a nuestros iconos del arte, la cultura, la ciencia o cualquier otra actividad pública en ejemplos integrales de vida, pero lo entiendo. Lo entiendo porque lamenté profundamente que Borges, mi paraíso literario, se dejase condecorar por el régimen de Pinochet (ya saben que le costó el Nobel). Pero después asumí con naturalidad que eso no anulaba su escritura prodigiosa. Tampoco la magia de García Márquez menguó por su amistad con Fidel Castro, ni los poemas de Nicolás Guillén por ser un soplón del mismo carcelero cubano. Ni los de Neruda que cantó, ojo, a Stalin. No tengo la misma sensibilidad para la pintura, pero el genio de Picasso era un rasgo independiente del maltratador que fue de su familia, por no hablar del ramalazo franquista del gran Dalí. La lista de contrastes debe ser infinita y las vidas ejemplares tan pocas… ¿Sabina al paredón por prestarle su himno a Ciutadans? No, por favor. Simplemente, quédense con sus canciones y lo demás hay que dejarlo correr.

Como soy futbolero, diré también que a nadie he admirado tanto como Diego Maradona en su esplendor en la hierba. Como Gardel, cada día juega mejor. De vez en cuando reviso sus vídeos y me emocionan de nuevo. Pero no le encargaría la educación de mis hijos.