El yoga es un ejercicio de mujeres, creen desinformados respecto a una práctica que crearon y durante muchos años solo practicaron hombres. A las mujeres (por supuesto también a ellos) el yoga regala una herramienta poderosa: te ayuda a conocer tu cuerpo.
Una luna llena, un solsticio de verano, un niño que dice si eres supervegetariana y un amigo que está seguro de que cuando subes en tu alfombra mágica pasan cosas. Así empieza el verano, en el Día Intetnacional del Yoga.
Y cuando llegas a casa después de meses fuera, abres la cama, metes un pie, otro, acomodas el cuerpo poco a poco, coges las sábanas con fuerza y te tapas hasta la cabeza. Entonces pasa: ese olor, ESE OLOR. No sé si de tanto repetir el gesto lo estaré agotando. Es la prueba de que, ahora sí, estás en casa.
Volver, a veces, no significa realmente volver en su acepción de “ir al lugar de donde se partió”. Hay veces que se vuelve para empezar o para seguir. Ahora, con el recuerdo de tres meses en India, con sus sabores, sus colores, su fuerza y las ganas de volver a vernos pronto.
Vuelvo a hacer la maleta. En los últimos meses han sido unas cuantas. He empaquetado la casa. Muchas despedidas. Parecía que el mundo se iba a acabar. Al final, no se acabó. Solo tiene un punto y seguido más. Pronto se añadirá otro, con una maleta más.
Ayer asesinaron a un hombre en Mysore. Era hindú y tenía 30 años. Tomaba un té. Detrás podría haber una banda radical que mata en nombre de un dios distinto. Difícil de entender.
Soy periodista en transición. Cambio de ciudad y espero hacerlo también de trabajo. El último, en El Comercio, se ha prolongado durante ocho años. Buscando aproximarme a casa y empezar de nuevo, me tomo un tiempo. A veces no es necesario ir tan deprisa. Me voy a la India a practicar yoga antes de asentarme en una ciudad más al sur de la que me ha acogido durante 13 años: Oviedo. Dicen que un viaje así supone un antes y un después en la vida de cualquiera. Vamos a comprobarlo.