


María José García Pelayo, alcaldesa de Jerez de la Frontera, irrumpe con fuerza en la lista de candidatos para sustituir a Zoido
- El PP deambula por Andalucía sin timonel intentado digerir el diabólico techo electoral que logró Javier Arenas en las elecciones autonómicas de 2012. Sin mayoría absoluta, su título honorífico de candidato más votado se diluyó como un azucarillo en la vorágine de la política andaluza. Ya nadie se acuerda de la gesta que acabó en decepción crónica. El nombramiento de Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla, como presidente de los populares andaluces, cerró en falso una crisis interna que, de no ser por el escándalo Bárcenas o por la dureza de los planes de ajustes del Ejecutivo de Mariano Rajoy, hubiera tenido más atención por parte de Génova.
- La dimisión de José Antonio Griñán, en un momento muy bien medido por el presidente socialista, ha dejado al descubierto todos los flancos débiles del PP-A. Los socialistas están haciendo una delicada e histórica transición sin apenas desgaste, porque sus rivales están más pendiente del futuro que del presente.Zoido, y eso le honra, dejó claro desde el principio que él quería seguir siendo lo que es: alcalde de Sevilla; Arenas intenta capitanear, una vez más, la transición en Andalucía; los ocho presidentes provinciales se impacientan porque la falta de líder lastra sus propias expectativas electorales. Todo fuego de artificios. El futuro de los populares andaluces se decidirá en Madrid. María Dolores de Cospedal quiere poner fin al ‘arenismo’, ardua tarea en un territorio que el veterano político de Olvera ha zurcido durante años a su imagen y semejanza, con gran sacrificio personal.
- Mariano Rajoy, juez principal en esta contienda, sabe que su futuro en la Moncloa depende en buena parte del botín andaluz, una comunidad con ocho millones de habitantes. El líder del PP firmaría con los ojos cerrados cualquier solución que no abriese un nuevo frente en su díscola tropa. Se antoja que, en esta ocasión, la demora en tomar una decisión ha podido ser contraproducente.El PP tiene arriesgar si quiere tener opciones de ganar y gobernar en Andalucía. Debe decidir si quiere a un José Antonio Monago, que rompió con todos los estereotipos que atenazaban a los populares extremeño y que ha sido capaz, incluso, de mostrar en público sus discrepancias con Mariano Rajoy, o apuesta por un Alberto Fabra, que se dedica a recomponer los mil pedazos en los que estalló el PP valenciano, tras el tortuoso relevo de Francisco Camps. Eso sí, Fabra ha dado menos quebraderos de cabeza a Madrid que Monago o que Ignacio González. El presidente del PP de Madrid ha llegado a votar incluso en contra de la propuesta de reparto de déficit asimétrico que ideó el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro.
- El PP andaluz necesita ideas del siglo XXI. La legítima obsesión por descubrir qué hay detrás de los EREs irregulares tendrá menos impacto frente a Susana Diaz, la inminente presidenta de la Junta de Andalucía, que estaba muy lejos del Gobierno andaluz cuando presuntamente se urdió la trama. Las primeras pistas hacen pensar que la opción será conservadora. Mariano Rajoy, poco partidario de experimentos, corteja sin éxito a Miguel Arias Cañete.
- El ministro de Agricultura, a punto de cumplir los 63 años, no se ve recorriendo los miles de kilómetros de carreteras andaluzas pidiendo el voto. La presión es fuerte, pero Cañete es un hombre de recursos y tiene su propia apuesta: María José García Pelayo, alcaldesa de Jerez de la Frontera y parlamentaria andaluza, lo que resulta una combinación perfecta para esta cruzada: experiencia de gobierno y un escaño en el hemiciclo desde donde poder enfrentarse a su rival Diaz cada semana.Su nombre irrumpe con fuerza en una lista de candidatos en los que ya están por méritos propios José Luis Sanz, número dos de Zoido, Carmen Crespo, delegada del Gobierno en Andalucía o Juan Manuel Moreno Bonilla, el preferido de los que abogan por la fórmula de savia nueva para una tarea añeja: ganar al PSOE en Andalucía.

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El escándalo Bárcenas marchita la flor de Rajoy mucho más rápido de lo que sus gurús se atrevieron a vaticinar. Una de las medidas que se atojan inevitables para intentar recuperar la iniciativa política es una doble crisis: en el Gobierno y en la dirección del PP. A la sombra de esta evidencia, el runrún quinielas sobre sustitutos y sustituidos comienza a vagar por las mermadas redacciones de los medios de comunicación en este nada tedioso agosto.
“Si quieres que algo no se sepa, ni lo pienses”. La frase es de Mariano Rajoy, que suele repetirla en esas raras ocasiones en las que conversa en tono distendido con los periodistas que habitualmente le acompañan por el mundo. Todo un manual de intenciones que deja en evidencia las predicciones sobre cualquiera de sus movimientos: de entrada, no los comparte con nadie. Llegado el momento, lo transmite a su círculo de confianza en el que, pese a toda la tormenta judicial, siguen reinando Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal.
Rajoy, además, predicó a los cuatro vientos que sería un presidente previsible. Una letanía que quedó herida con sus incumplimientos electorales, en especial en el área impositiva. Si partimos de la base de que al líder del PP no le gustan ni los saltos al vacío ni las sobreactuaciones, todo hace indicar que sus cambios en el Gobierno e, incluso en el partido, gravitarán en torno a las elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán el año próximo.
Hace cinco años, Rajoy anunció la candidatura europea el 6 de enero. Repetir plazos, con los chuzos de punta que han caído, caen y caerán en los próximos meses sobre los endebles tejados de Génova y Moncloa, puede tornarse en una eternidad con inciertas consecuencias electorales. Otra fecha a subrayar en rojo será la de la Convención Nacional, que el PP tenía previsto celebrar en octubre. Un cónclave que aún está por cerrarse, tal evz oprque el PSOE tampoco acaba de anclar el suyo.
Si Rajoy se mantiene fiel a sí mismo, los cambios serán mínimos. Si hace caso a las encuestas y riega con savia nueva algunos ministerios quemados como Educación, Sanidad, Defensa, Asuntos Exteriores o Hacienda, o simplemente si acaba con el muro de acero que ahora separa al Gobierno del PP, el presidente tendrá que iniciar una revolución interna de gran calado. Quién sabe, tal vez esta vez denosté la marcha nórdica y se convierta en un velocista.
Hay nombres que pitan más que otros. A Miguel Arias Cañete, el ministro mejor más valorado dentro del suspenso general de este Gobierno, ya le han colocado como candidato a tres presuntos destinos: Vicepresidente del Ejecutivo, para evitar la sobreexposición de Soraya Sáenz de Santamaría al desgaste semanal de las ruedas de prensa posterior al Consejo de Ministros; como Comisario Europeo, un puesto al que aspira desde hace años e, incluso, como candidato a la presidencia del PP a la Junta de Andalucía, un terreno cenagoso que no quiere pisar bajo ningún concepto.
En boca de muchos, pero por motivos muy distintos, está Javier Arenas, último baluarte -junto a Mariano Rajoy- de la vieja guarda del PP. Muchos le dan por amortizado a raíz del caso Bárcenas, pero su caía de la cúpula del partido puede tener lecturas inquietantes. Hasta hora, el armazón de la tesis de Rajoy (y del PP) es que el partido no ha cometido ninguna irregularidad y que tanto las cuentas en suiza como los apuntes opacos en la contabilidad del partido son responsabilidad únicamente del extesorero. Pero su echan a Arenas, la interpretación será otra bien distinta.
Una tercera vía, nada disparatada a tenor de los antecedentes, será la de remodelar la dirección nacional del PP por adición, es decir, sumando nombres que en el día a día asuman el verdadero poder interno.


En la política, no existe la herencia a beneficio de inventario. Sabíamos, y sabemos, lo que nos espera. Y sabemos que se nos juzgará por lo que consigamos, y no por lo que intentemos, o por cómo nos hayamos encontrado las cosas