Hotel Transilvania 2
EE UU. 2015. 89 m. (TP). Animación.
Director: Genndy Tartakovsky.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Para hincar el diente. Hay ritmo bien entendido. Entusiasmo, animación vitalista (y no es un chiste) y efervescencia argumental, mitad humana, mitad monstruo. Divertida y eficaz, se quita el lastre de las segundas partes, la sombra vampírica de ser mejor que la primera, y no hace concesiones a la posible franquicia que se avecina. ‘Hotel Transilvania 2’ es un entretenimiento asegurado para pequeños vampiritos deseosos de que les regalen su primera guillotina, chispas. Slapstick acelerado, hipervitanímico e hiperactivo que tiene en la presentación-descripción de cada habitante y huésped del hotel de los mil líos su mejor baza. Este Drácula turístico de tres estrellas con derecho a mordisco convierte la apuesta de Genndy Tartarovsky en una atractiva estancia que posee como mayor virtud el no descuidar el desarrollo de personajes, pese a cierta aceleración del tramo final al desaprovechar algunos factores de la trama. El cineasta, ya responsable de la primera entrega, cuida los diálogos y las situaciones jocosas que contrastan a humsanos y vampiros en un jugoso duelo entre lo fugaz y lo eterno. Una secuela que subraya con desparpajo el lado iniciático, esa educación en busca de la transgresión. Toda la trama está aferrada, casi adherida a un concepto muy colorista, frenético, cuya acumulación de gags visuales quizás hubiese merecido el freno de mano del equilibrio. Pero es innegable su sentido del humor, su búsqueda permanente de comicidad y ese regocijo en lo negro sin abandonar su materia prima infantil. Lo importante es que la mezcla de sustos, sorpresas, ternurismo en pequeñas dosis y divertimento es siempre ajustada y discurre con intenso equilibrio. Agilidad, más que originalidad, el filme revela su eficacia especialmente en una media hora inicial que se antoja una montaña rusa de locuaz expresividad digital. Doblaje y voces aparte, triunfan este festival de detalles por dibujo que a veces juega con el absurdo, otras con la riqueza de perfiles y casi siempre con una querencia por la catalogación de modo que la galería monstruosa no exenta de frescura. Adam Sandler es el productor y guionista de esta segunda entrega y para bien y para mal se respira su huella. Entre el icono pop, el inevitable aire festivo de Halloween y los tópicos sobre la educación, bien reelaborados y revueltos, el filme se mueve arriba y abajo en un sofrito de lugares comunes desbrozados con humor. Pese a que domina el elogio de lo familiar como ecosistema natural, esta sugerente entrega no desdeña la crítica sobre la utilización del niño en el universo consumista y mira de frente a los monstruos del mercado del buenismo.