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Guillermo Balbona

Fuera de campo

La elegancia del perdón

Frantz 
Francia. 2016. 113 m. (7). Drama.

Director: François Ozon.

Música: Philippe Rombi. Fotografía: Pascal Marti.

Intérpretes: Pierre Niney, Paula Beer, Cyrielle Clair, Johann von Bülow, Marie Gruber.

Salas: Groucho.

El paseo por el amor y la muerte que contiene ‘Frantz’ es como esas estelas que dejan los aviones en el cielo. Una huella del subrayado al desvanecimiento que nunca parece borrarse del todo. Esta historia de perdón, redención, remordimiento –como el título original de Lubitsch– es un elegante, sutil y delicado trayecto que el prolífico cineasta François Ozon deja sobre la pantalla. A veces la posa, otras la desgarra. Rodada con pulcritud y ceremoniosamente desprendida, este relato nacido de las cenizas de la I Guerra Mundial –podría serlo de cualquier guerra– es fruto de la madurez de un estilo que en apariencia se fundamenta en no tenerlo. Probablemente Ozon sea el cineasta actual con mayor capacidad poliédrica, diversificada y plural, de modo que temas, miradas, desde la más delicada a la más delirante y disparatada, asoman en una filmografía que desde ‘8 mujeres’ ha crecido en cantidad y calidad. ‘Una nueva amiga’, ‘Joven y bonita’ y, sobre todo, la excelente ‘En la casa’ han precedido a ‘Frantz’, en la que vuelve a adentrarse y a sugerir inquietantes zonas oscuras, fronteras difusas, atmósferas extrañas y un duelo entre la levedad y la trascendencia que caracteriza buena parte de su copiosa filmografía. La ambigüedad, la redención, el antibelicismo cruzan esta historia, a modo de remake de la obra de los años treinta de Lubitsch, en la que un soldado francés viaja hasta el pueblo en el que están las huellas, y viven las personas, del soldado alemán al que mató en las trincheras. Culpa y mentira, oportunismo y destino se combinan, asoman y se ocultan en un juego entre realidad y representación. ‘Frantz’ es un filme elegante, que abre un resquicio y una mirilla entre los pliegues para introducir sus agujas en una especie de acupuntura sobre la piel más fina de la realidad. En este sentido lo que en otro sería un recurso epatante y forzado, resulta en Ozon una maravillosa invitación: la utilización de un hermoso blanco y negro, sólo roto por fugaces incursiones en el color cuando el pasado se instala en la trama, o en determinadas pinceladas que nunca se antojan caprichosas, caso de los planos del pueblo en blanco y negro y de los árboles en color. En el cineasta de ‘La petit mort’ siempre hay algo viscoso, sinuoso, sugerente y en este relato de fronteras emocionales, de melodrama romántico sin enérgicas colisiones, esas insinuaciones adquieren categoría de estilo seductor. Sobre la obra original de Maurice Rostand, Ozon imprime una caligrafía visual de excelencia donde recuerdos y sentimientos encontrados se funden en un esteticismo delicado de contemplación y paseo pero nunca cómodo. Intensidad, ironía y sensibilidad, con la música como factor narrativo, afloran entre la fragilidad y el encanto, la evocación y el dolor. Todo tan extraño y atractivo como la bella presencia de la actriz Paula Beer

Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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