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Javier Menéndez Llamazares

Llamazares en su tinta

Se acabó la Fiesta

La verdad es que los chavales de mi colegio no teníamos ni puñetera idea de quién sería el tal Kojak –la serie televisiva fue un éxito en los setenta, otro mundo ya, y una década más tarde nos interesaba más ‘El coche fantástico’ o Dayana, la de ‘V’–, pero desde luego que el chupachús que arrasaba en mi infancia era ese. Y no sólo por ser el que mejor se ajustaba al presupuesto, que también, sino porque además tenía chicle, un doble atractivo que justificaba la inversión de la propina semanal en el quiosco de la esquina.

El de mi calle se llamaba ‘Kiosco López’, y era un garaje reconvertido en paraíso para todos los niños del barrio. Lo regentaba un muchacho enorme que casi no entraba en el cubículo minúsculo, y se pasaba el día detrás de sus gafas de culo de vaso fantaseando con aprobar una oposición. A aquel edén azucarado y otros del mismo pelo deben su fortuna buena parte de los dentistas de la época, mucho antes de que llegaran Trex y otros chicles ‘sugar free’. Entonces poco nos preocupaba ese asunto, sino más bien como optimizar los cinco duros para salir de allí cargados de gusanitos, pipas de esas que te dejaban las uñas renegridas –para las blanquillas de facundo casi nunca alcazaba, eran un artículo de lujo–, sobres de pica-pica, triskis, petazetas y chicles.

Los que más triunfaban eran los Cheiw; incluso servían para clasificar a los amigos según su preferencia: los de fresa ácida, los de clorofila… Incluso sirvieron para ir interiorizando conceptos como la inflación –su precio subía poco a poco–, y los recortes, cuando decidieron que era mejor mantener el precio de un duro pero cada año lo hacían un poquito más pequeño.

De todo esto, mucho antes de que Haribo y otras multinacionales coparan el mercado, ya casi nunca nos acordamos. Ha hecho falta que esta semana cundiera la alarma entre todos los nostálgicos de las piruletas de corazón y los polvos ‘Fresquitos’ con la noticia de que la compañía Fiesta entraba en liquidación. Y eso que, por la época, tal vez no habrán tenido que cotizar royalties a la serie de Telly Savallas. Pero poco se puede hacer contra la espiral de la modernidad, que ha transformado las tiendas de chuches en espacios asépticos inspirados en el autoservicio.

La cultura de kiosco, sin embargo, parece que pervive aún en toda esa generación que leyó con horror la noticia y la hizo correr por las redes sociales. Más que en echar la trapa, ahora la empresa más dulce está pensando en venderse al mejor postor. Lo que haga falta, con tal de que no se acabe la Fiesta.

Blog del escritor Javier Menéndez Llamazares en El Diario Montañés

Sobre el autor

Desde 2009 escribo en El Diario Montañés sobre literatura, música, cultura digital, el Racing y lo que me dejen... Además, he publicado novelas, libros de cuentos y artículos y un poemario, aparte de cientos de páginas en prensa y revistas. También me ocupé de Flic!, la Feria del Libro Independiente en Cantabria. www.jmll.es

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