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Teresa Cobo

La Engaña

Lo que La Engaña esconde

 

Trozo del talud que sustenta la explanación del Santander-Mediterráneo sobre la ribera del río Engaña, en el último kilómetro antes de llegar al túnel, en Valdeporres. T. COBO

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La desnudez del paisaje invernal descubre aspectos del Santander-Mediterráneo ocultos por la vegetación el resto del año

El largo talud de piedra que sube desde el río o el polvorín de la dinamita son algunas de las obras menos conocidas

Aún se conserva parte de un muro del albergue de presos republicanos, frente a la antigua muralla del conde de la Revilla

El sendero que discurre por la antigua caja de la vía entre el viaducto de Santelices y la boca sur del túnel de la Engaña es digno de contemplarse en cualquier época del año, pero en cada estación tiene un encanto diferente por la acusada transformación de la naturaleza. Es 1 de enero de 2013 y aprovechamos para ver lo que suele estar oculto. El invierno desvela aspectos de las obras del Santander-Mediterráneo que pasan inadvertidos durante los meses de profusa vegetación. Construcciones escondidas entre el follaje afloran ahora entre las ramas descarnadas de los árboles.

Uno de los hallazgos que emerge con la desnudez del paisaje es la muralla de la casa del I conde de la Revilla, potentado de los siglos XVI y XVII con fama de sanguinario que disponía de un cadalso en esta fortaleza situada en el pueblo de Rozas, a dos kilómetros de Pedrosa de Valdeporres. Desde la explanación ferroviaria que comenzó a abrirse en 1941, se puede observar estos días el torreón delantero derecho y la pared frontal que se extiende hacia el desaparecido torreón delantero izquierdo. También se mantiene en pie el lateral derecho. Dentro de la muralla se conserva la vieja y ruinosa iglesia, con su torre tapizada de hiedra, y el pequeño cementerio colindante.

Durante la excavación de la trinchera del Santander-Mediterráneo, se hallaron fosas con huesos y calaveras cerca de la casa del conde de la Revilla. Los lugareños de más edad aún lo recuerdan y lo cuentan. En la merindad concluyeron que los restos eran de las víctimas del cadalso del oscuro personaje, pero el gobierno de la dictadura franquista no aireaba asuntos de este tipo y no se conocieron los resultados de la hipotética investigación.

Muralla de la casa del conde de la Revilla, en Rozas, vista desde la antigua caja de la vía, con la torre de la iglesia dentro, a la derecha. T. C.

El albergue de los presos

A la altura de la fortaleza del conde, pero al otro lado de la caja de la vía, a la izquierda, se levantaba el campamento en el que dormían los presos republicanos que trabajaron en las obras del túnel entre 1942 y 1945. Los primeros llegaron antes de que existiera el poblado de La Engaña, que ellos mismos construyeron, y se alojaron provisionalmente en el llamado patio andaluz de Pedrosa de Valdeporres, en unas sencillas casas, hoy rehabilitadas y en uso, muy próximas a la estación de la Robla. Pero el mayor contingente del destacamento penal de 370 reclusos que el gobierno de la dictadura asignó a la empresa Ferrocarriles y Construcciones ABC vivía bajo vigilancia en esa casona de Rozas.

Del albergue de prisioneros hoy sólo resiste parte de un muro de piedra con su esquina, en el que se adivina un pequeño vano donde hubo un ventanuco. De este edificio solían fugarse los reos cuando conseguían burlar la vigilancia para acercarse hasta la tasca de Fanio, que estaba a medio kilómetro de allí, en San Martín de Porres. No pretendían huir, pues con los trabajos forzados redimían las penas, sino disfrutar de modestos placeres que estaban al alcance de los otros obreros, como entrar en calor con un vino o con la cercanía de unas brasas. En la taberna eran bien recibidos. Fanio y su mujer, Isabel, les dejaban sentarse junto a la estufa y calentar la escasa comida extra que podían obtener y, si los guardias venían en su busca, los ayudaban a escapar por la parte de atrás del granero.

Los presos políticos pasaban hambre y frío y, como su sueldo estaba intervenido por la Jefatura de Prisiones, siempre andaban cortos de dinero. Tenían permiso para ofrecerse por las casas para ayudar en las tareas del campo y muchos lo hacían a cambio de comida. “Algunos iban voluntarios a recoger la hierba y sacaban unas perrillas para venir a la tasca. A los andaluces, su familia les mandaba aceite y ellos lo vendían”, recordaba el año pasado Isabel, viuda de Fanio, a sus 98 años.

En el destacamento no había camas para todos. Algunos se acostaban sobre colchones de borra tendidos en el suelo o en endebles hamacas que no eran más que una tela sobre dos palos cruzados, según recuerda el hijo de Isabel y Fanio, José Manuel López, ahijado de uno de aquellos presos con los que sus padres trabaron amistad. Tres años antes de que él naciera, su futuro padrino, Raimundo Arnaiz, se benefició del indulto general firmado el 9 de octubre de 1945 por su tocayo, el ministro de Justicia de la dictadura franquista, Raimundo Fernández Cuesta. En cuanto supo que era libre, Raimundo echó a andar sin pensar en más y no paró hasta llegar a la casa familiar, en el municipio campurriano de Villaverde de Hito, a 30 kilómetros de Rozas.

El indulto general

Aquel indulto de 1945 se redactó con el pomposo lenguaje propio de la dictadura: “Al iniciarse el décimo año de la exaltación del Caudillo a la Jefatura del Estado, excarcelados ya en virtud de las disposiciones de libertad condicional y redención de penas por el trabajo el noventa por ciento de los que fueron condenados por su actuación en la Revolución comunista, y encontrándose en el extranjero fugitivos muchos españoles incursos tal vez en menores responsabilidades que los presos ya liberados, el Gobierno, consciente de sus fuerzas y del apoyo de la Nación, se dispone a dar otro paso en el camino de la normalización progresiva de la vida española”.

El artículo primero del decreto concedía “indulto total de la pena impuesta, o que procediera imponer, a los responsables de los delitos de rebelión militar, contra la seguridad interior del Estado o el orden público, cometidos hasta el primero de abril de mil novecientos treinta y nueve (…), siempre que no conste que los referidos delincuentes hubieran tomado parte en actos de crueldad, muertes, violaciones, profanaciones, latrocinios u otros hechos que por su índole repugnen a todo hombre honrado, cualquiera que fuere su ideología”.

Pretil del muro de contención construido entre el río Engaña y la traza del Santander-Mediterráneo, en el último kilómetro antes del túnel, en Valdeporres. T. C.

A lo largo del trazado del Santander-Mediterráneo entre Valdeporres y Vega de Pas, no sólo se ejecutaron las obras más emblemáticas y visibles, como el viaducto de Santelices, el túnel de La Engaña, los cuatro túneles cortos de Yera y las estaciones de Pedrosa, de La Engaña y de Yera, con sus correspondientes edificios y andenes y con el muro de contención aligerado con 32 arcos de esta última. Además, se construyeron numerosos taludes, puentes inferiores que salvaban el paso de arroyos, caminos y carreteras, como el puente a la salida de Pedrosa bajo el que discurre la BU-526 que lleva a Sotoscueva, Espinosa y Bilbao, y puentes elevados para la circulación de personas y vehículos, como los dos que hay en Rozas, uno para el tránsito de personas y animales y otro sobre el que se tiende la vía del ferrocarril de la Robla, todavía en activo.

Puente de la Robla sobre el trazado del Santander-Mediterráneo, en Rozas. Al fondo, puente para peatones que une el pueblo con las fincas aledañas al río. T. C.

En el último kilómetro de la traza, antes de llegar al poblado de La Engaña, se levantó un larguísimo talud para sustentar la caja de la vía en este tramo paralelo al río Engaña, que fluye por la izquierda, una decena de metros más abajo. Es una obra de envergadura que suele pasar inadvertida porque se encuentra oculta a la vista. Árboles, zarzas y enredaderas disimulan la presencia de este muro de contención, aunque el pretil emerge a trechos y es posible asomarse al precipicio en varios puntos para apreciar esta estructura de piedra en mampostería.

Puerta de entrada al polvorín de La Engaña, medio oculta entre helechos. T. C.

El discreto polvorín

Otro de los secretos de La Engaña se encuentra a cien metros de las viviendas de los ingenieros y jefes de obra del túnel, en la carretera que llega desde Pedrosa, a mano derecha. Una puertecilla de color marrón óxido se camufla entre una maraña de helechos. Es la entrada al polvorín en el que se almacenaba la dinamita traída desde Galdakao para los voladuras en el interior del túnel. Los pestillos y pasadores están sueltos y la puerta puede abrirse. Es de madera gruesa, forrada por fuera de chapa metálica. Sobre ella hay un pequeño respiradero que era el único sistema de ventilación. Dentro sólo hay un corto y estrecho pasillo frontal a cuya derecha se abre una puerta que da a una estancia abovedada de apenas 20 metros cuadrados en la que se guardaba el material explosivo.

El depósito construido en la falda del monte está a 500 metros de la boca sur del túnel. En los años cincuenta, para ahorrarse la molestia de los traslados, la empresa Portolés y Cía levantó una caseta en el interior de la galería para guardar la dinamita. Esta imprudencia estuvo a punto de acabar en tragedia. En un turno de trabajo en el que había trece operarios en las tareas de perforación, la dinamita prendió por causas que no se aclararon, pero no era un accidente improbable, puesto que incluso se fumaba dentro. Según relata uno de los hombres de aquella cuadrilla, Manolo Mateos, el incendio dejó a oscuras el túnel, que enseguida quedó invadido por el humo. A ciegas y medio ahogados, todos los obreros consiguieron salir al exterior y salvaron la vida, aunque algunos echaban sangre por la boca. Por fortuna, los detonadores estaban fuera y no hubo ninguna explosión.

Interior del polvorín. A la izquierda, la nave en la que se almacenaba la dinamita. A la derecha, al fondo, la puerta de entrada. T. C.

Con árboles, arbustos y matas desprovistos de sus hojas, también es más diáfana la imagen de los andenes a la entrada de la estación de La Engaña. La obra estaba totalmente acabada, incluso se colocaron las aceras con baldosas de cemento divididas en pequeños cuadraditos y dispuestas en diagonal. El frío y la lluvia de enero aportan a las ruinas un barniz espectral. Los edificios del poblado ganan presencia, grisura y dramatismo bajo la luz invernal.

La construcción del túnel de La Engaña fue una gesta baldía que se cobró muchas vidas. En este espacio se recoge la historia del Santander-Mediterráneo y, en especial, la de ese tramo que nunca llegó a funcionar. Y se proponen rutas senderistas por el impactante paisaje que atraviesa la vía fantasma

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