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Guillermo Balbona

Fuera de campo

Instalados en la violencia

Sicario: El día del soldado

Sicario: Day of the Soldadoaka  2018. 122 min. EE UU.
Dirección: Stefano Sollima. Guion: Taylor Sheridan.
Música: Hildur Guðnadóttir. Fotografía: Dariusz Wolski.
Reparto: Benicio del Toro, Josh Brolin,  Matthew Modine, Catherine Keener,  Isabela Moner, Jeffrey Donovan
Género: Thriller. | Salas: Cinesa y Peñacastillo.

Aunque Stefano Sollima tenga muy presente la lección y sea consciente de que no puede competir con Denis Villeneuve, sumerge su ‘Sicario’ en un desconcertado y reiterativo bucle visual. En esta ‘El día del soldado’ hemos pasado de la elegancia a una cansina vuelta de tuerca. El artífice de la serie televisiva ‘Gomorra’ convierte las diversas guerras en un único barrio sucio global, sea México, Somalia o Yemen Y el mapa de fronteras, mafias, flujos migratorios, conflictos  y necesidades existenciales en un entramado cuyo común denominador es la violencia y el asesinato, donde el trato humano se asemeja al de la compraventa de ganado. Nada nuevo y, por supuesto, nada original. Lo que sucede es que el cineasta de ‘Suburra’ solapa tramas, enredos y venganzas en una instalación violenta donde los cárteles, los terroristas y papá Estado acaban fusionándose en un mismo concepto: la aniquilación y el exterminio o, como gusta decir el agente federal que encarna Brolin, una operación de limpieza a salvo de trabas legales. A ‘Sicario 2’ le sobran muchos minutos porque se empapa de un efecto contagioso de ensimismamiento en la violencia y nunca logra distraerse de sí misma. Cuando se empeña en una mirada política bastante superficial el filme pierde fuelle. Cuando convierte la trama en un insistente y machacón martillo pilón de gesticulación visceral, dan ganas de llamar al VAR para comprobar si las sucesivas muertes no estarán en fuera de juego argumental. Con el metraje avanzado, el personaje de Benicio del Toro vive un episodio fronterizo, un paréntesis basado en la comunicación y en el silencio en el que es necesario el lenguaje de signos. El filme entra en una pausa que se agradece como si Sollima se hubiera dado cuenta de que lo suyo ya no va a ninguna parte y es necesaria una reflexión y un juicio endogámico. El espectador, por ende, rechaza entonces tanta insistencia en la violencia por la violencia y empieza a ver ‘Sicario’ con otros ojos. La metáfora del western se impone desde ese momento como si ‘Centauros del desierto’ y Raíces profundas’ hubieran llamado a la puerta para poner un poco de orden referencial y asistir a un filme que se desmayaba en sus agónicos estertores. Como secuela oscura funciona por reincidencia. No es apta para estómagos sensibles por su implacable, fría y progresiva dureza, pero gasta y desgasta su insistencia en el impacto. Frente a la sutileza y los duelos humanos que en ‘Sicario’ subrayaba el cineasta de ‘La llegada’, aquí todo es más seco, exento de matices, aferrado a un guion atorado que se mira al ombligo. Cuando el filme rezuma ecos visuales de Villeneuve, resulta solvente. Lástima que del estilismo y los conflictos éticos se haya pasado a un laberinto de franquicia de guerra sucia con fecha de caducidad. Entre tanta tecnología de la destrucción el verdadero GPS lo ilustra Del Toro en su vínculo con la niña-macguffin que unifica falsamente las tramas. El actor impregna a su personaje de una poética especial en ese territorio acotado donde la melancolía, los interrogantes en silencio y el cielo protector salvan al filme de una hoguera que arde para siempre.

Guillermo Balbona comenta la actualidad cinematográfica y los estrenos de la semana

Sobre el autor

Bilbao (1962). Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Ser periodista no es una profesión, sino una condición. Y siempre un oficio sobre lo cotidiano. Cambia el formato pero la perspectiva es la misma: contar historias.


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