La fiesta de las salchichas
EE UU. 2016. 89 m. (16). Animación.
Directores: Conrad Vernon, Greg Tiernan.
Salas: Cinesa y Peñacastillo
El ecosistema en este caso es uno de esos templos modernos donde el dios consumista recibe a todos sus fieles, o sea: un supermercado. Pero la gracia, y la hay y mucha, de esta ceremonia de loca animación e hiperlocura cáustica, reside en la rebelión hiperbólica de alimentos y envases perecederos encabezados por unas parlanchinas y rijosas salchichas. Con semejante material la cosa solo tenía dos caminos: o el irrisorio y tontorrón; o el jocoso y ácido al servicio de un humor afilado, incisivo, obsceno incluso, y absolutamente descarado en un tiempo en el que cada palabra y cada gesto está envuelto en un celofán con el código de barras de la hipocresía. Afortunadamente se adopta este segundo camino de atrevimiento y ‘La fiesta de las salchichas’ es una efervescente y provocadora, gamberra e hilarante demostración de animación para adultos, entre el ingenio y el resacón de religión, sexo y rebelión contra la globalización de la estupidez. Aunque irregular, tan pronto triunfa por acumulación como decepciona por reiteración, es una verbena excitante donde se abrazan la provocación, la grosería y la incorrección política. Lúbrica e irreverente en muchas ocasiones, aquí se juega con la comida, se unta casi todo y se desprecia todo lo que se ponga por delante. Distribución masiva, gran estudio, esta casi primera película de animación digital con la calificación para adultos, a modo de sátira social y rebelión en el supermercado, es una pasada ofensiva pero inteligente que no tiene fondo. Entre la marranada divertida y el festín orgíastico, estos perritos calientes y mordedores se montan su particular juerga orwelliana y de paso dan unos cuantos azotes en la conciencia de determinadas convenciones sociales y lugares comunes. Lo sorprendente es que en estos tiempos de falsa corrección y dominantes mandamientos de la superficialidad –en su visita reciente a Bilbao decía John Cleese, integrante histórico de los Monty Python que hoy sería impensable realizar ‘La vida de Brian’ – ha recalado en cartelera esta profunda y escatológica bofetada a lo gran comilona. El filme de Conrad Vernon y Greg Tiernan (el primero responsable de una secuela de ‘Madagascar’), aunque más bien habría que decir la obra de los guionistas Seth Rogen y Evan Goldberg, muestra una facilidad asombrosa para convertir las bocas sucias, palabrotas y provocaciones en un desfile para mayores sin reparos que no se veía desde ‘South Park’. Entre el grafismo violento y el trazo perverso, a veces el sexo explícito y el ritmo endemoniado en su parte final, la cinta no deja envase con tapa ni humano con cabeza. Las religiones, las falsas deidades, el paraíso más allá de las cajas registradoras, un existencialismo nihilista, las falacias sociales, las etiquetas, la propia gula consumista…todo cabe en este bote agitado de animación explosiva que aplica la fórmula Pixar para metamorfosear la animación para público infantil y convertirla en un picnic de comida y sexo rápido con muchos ingredientes y salsas ácidas. A esta particular cadena alimenticia le pierde el exceso, cierto aire cansino por acumulación y la capa de vulgaridad que innecesariamente imprime sobre alguna situaciones subrayadas. No obstante triunfa su entusiasmo crítico y, en ocasiones, subversivo cuando se trata de desbrozar cuestiones como la raza o las identidades culturales.