Creed. la leyenda de rocky
EE UU. 2015. 132 m. (12). Drama. Director: Ryan Coogler.
Intérpretes: Michael B. Jordan, Sylvester Stallone, Tessa Thompson, Phylicia Rashad, Will Blagrove.sens
Salas: Cinesa y Peñacastillo
Golpe a golpe, asalto a asalto…», repite Rocky Balboa como un mantra. Esta resurrección forjada en el verso libre de una reconciliación y un ajuste de cuentas con el pasado, las mejores coartadas para una franquicia, es sobre todo un relato de redención. Con pulso y gancho, ‘Creed. La leyenda de Rocky’, grandilocuencia aparte, es un sólido cuento sobre el combate de la vida y la superación, sobre la consistencia de los mitos y la huida de la muerte. Es un filme emocional, vibrante y eso en época de espejismos y trampantojos adquiere más valor. Sin estridencias Ryan Coogler nunca suelta el origen de la figura, de la estrella, del personaje y del mito, y lo estruja y lo enfrenta a todos sus posibles espejos: la juventud, la nostalgia, la fe en un proyecto, la constancia y, todo ello, con un sentido de la épica espectacular como queda explícito en esa cámara pasillo que se adentra en el templo deportivo para narrar el duelo decisivo. Un canto trágico, helenístico, de ópera y poema épico con una intensidad inusual. Aliento y emoción son las premisas del cineasta que prepara el rodaje de ‘Pantera negra’. Stallone, como ya sucediera en ‘Copland’, se olvida de los lugares comunes y se deja llevar por una risueña familiaridad como si el actor y el personaje fuesen ese viejo tío que treinta años después aparece por la puerta. Lo importante es que, con la complicidad de un guión excelente, defiende con dignidad su encarnación de mito cansino, sus argumentos sobre la decadencia y la nostalgia. ‘Creed’ es un magnífico relato iniciático, de aprendizaje y reconstrucción, de reafirmación y también de pasión. El director de ‘Fruitvale Station’ sabe perfectamente quién es su espectador potencial pero no se queda ahí. Respetuoso y artesano, unas veces, rendido a la saga y virtuoso, otras, despliega gran fuerza narrativa, y se permite dos o tres planos secuencia que dejan la marca de la casa muy patente. El acierto de esta entrega, al margen de la entrega de Stallone, tocado desde la muerte de su hijo, reside en su tono tan crepuscular como fundacional: nunca pierde de vista las raíces y su significado -la figura de Apollo Creed, el campeón que sublimó la épica de Rocky- y al tiempo imprime un sabor de redención y naufragio, de tabla de salvación y referente. Al cabo, el potro italiano se muestra como un gran tronco familiar y cercano al que la película y el resto de personajes se aferran como si fuese el último asidero al que recurrir en un naufragio donde las metáforas son tan obvias como necesarias. Ligereza narrativa donde todo es semipesado y contundencia donde es fácil arrojar la toalla. Vigor y drama a calzón corto y la mirada muy larga en un cuadrilátero de emociones directas. A los adeptos les provocará un abrazo de melancolía. A los que se incorporen al universo Rocky les sorprenderá este rizo de gozosa magulladura física y quimioterapia cinematográfica. Hay más ‘cinderella’ que ‘dollar baby’, más guiños entrañables que dogmatismo. Sin efectismo ni hipérboles el filme lleva al espectador al centro del ring y le deja noqueado con estilo y sentido del dramatismo.