Y si es tiempo de bonito también lo es de sardina. Cantabria, en su costa, huele desde hace unas semanas a brasa, esa sobre la cual se cuecen las sardinas de nuestro mar, con sal, enteras, sin limpiar, vuelta y vuelta. Pescado también azul, de delicado sabor, ese que encandiló a Carlos V nada más desembarcar en España. Con 58 años, en Yuste, desdentado, el emperador alimentaba los últimos días de su vida con tortillas hechas con lomos de sardina.
Esta semana, en la Plaza de La Esperanza, la sardina se pagaba a 7,80 euros el kilo. Están caras y son pequeñas, de 38 o 40 granos –el número de peces por kilo–. De eso, al menos, se quejan los vendedores, acostumbrados a una media de entre 5 y 6 euros.
Aún así, siempre merece la pena darse un capricho, bien en casa o en cualquiera de los asadores de nuestros puertos costeros. Cantabria huele a brasa.